Geri Allen

Ovación cerrada del público anoche en Conde Duque, durante el concierto de la pianista Geri Allen.

Estos son días buenos para la creación de las mujeres, con varias figuras internacionales programadas en el festival Ellas Crean, y con la gran pianista Geri Allen ofreciendo en Conde Duque un concierto a piano solo, con música de Detroit.

Desde su irrupción en la escena jazzística hace más de cuatro décadas, la pianista Geri allen ha quebrado todas las reglas y desterrados todos los prejuicios. Rompe ahora una más, consumando a piano solo un recital que anoche hizo reverdecer las afirmaciones que, sobre ella, realizan las mejores enciclopedias de jazz cuando dicen que esta artista gusta de revestir de modernidad cualquier lectura que acomete de las tradiciones más asentadas. Para el caso que le ha traído ahora a Madrid, canciones de la fonográfica Motown, música de compositores de Detroit, con alguna que otra excepción.

 

Fraseo nítido y certero

Así fue, desde luego, en las primeras piezas interpretadas de su programa -especialmente la primera de Alice Coltrane, de extenso desarrollo- y en «Don’t stop the music», de Michael Jackson, muy bien flanqueada por otras dos composiciones de Stevie Wonder. Geri Allen es una intérprete que evita ser farragosa, permitiendo que su fraseo discurra certero y nítido. Tiene una mano izquierda que transmite muchísima seguridad, mientras la derecha busca las notas adecuadas a través de una mirada estrábica, con anclajes en las teclas del piano y también en las partituras de las que se auxilia para transmitir calidez y emoción.

Lo más interesante para algunos llegó, no obstante, cuando, hacia la segunda parte del concierto, fue el turno de Monk, a través de «Epistrophy», y, sobre todo de Billy Strayhorn, del que interpretó la hermosísima «A flower is a lovesome thing». Ambas tenían un acabado atractivo, entrañable, íntimo. Es el mismo que, antes, había lucido la interpretación de la popularísima «Let it be», de John Lennon y Paul McCartney, facilitando una rotunda comunión emocional entre público y artista. El contacto fue de una solidez emotiva.

 

El piano apasionado

Y es que una artista de la talla de Geri Allen tiene carta blanca para mostrarnos el recoveco que desee de su alma, humana y creativa. Queda de nuestra parte la tarea de captarlo con mayor o menor intensidad o profundidad. Señora Allen, algunos nos hemos quedado trabajando horas extraordinarias en este bello oficio que es vivir y querer, al que, por cierto, invita su música actual.

Una jornada redonda, de las que, sin pretenderlo, reivindican con fuerza la presencia, cada vez más necesaria, del jazz en cualquier lugar.

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