Cía. Carmen Fumero

Cía. Carmen Fumero
«Un poco de nadie»

¡Yo soy Nadie! ¿Quién eres tú?
¿Tú eres -Nadie- también?
Ya somos dos, entonces.
¡No lo digas! Lo advirtieron -¡tú sabes!
Cómo atreverse -a ser- ¡Alguien!
Cuán común -como una rana
Al decir su nombre -todo el extenso junio
¡A una ciénaga que admira!

Emily Dickinson


Un trío de bailarines que puede que no se conozcan bailan en una ciénaga para reconocerse y llegar a formarse una idea común del otro. Desterrar la palabra Nadie a base de su danza mímica. O al contrario, erigir a ese Nadie como alguien con entidad propia pues les aterra acabar siendo Alguien.

Tres bailarines anónimos dentro del escenario de la sociedad se miden, se tocan, se conocen, se reconocen, se sorprenden, muestran lo mejor y lo peor de sí mismos. Todo con el único fin de aceptarse tal cual son. Incorporando lo individual a lo colectivo. Hemos crecido con un exacerbado miedo al rechazo si no eres alguien. El trabajo de Carmen Fumero transita entre el vértice de ser Nadie y el vértice de ser Alguien. Somos seres colectivos, por eso queremos formar siempre parte de algo. No aspiramos a vivir, aspiramos a ser Alguien. El Nadie forma parte del Nada y el Alguien forma parte del Algo. En Un poco de nadie, Nadie es Alguien. Cuando dos bailan uno observa y cuando uno baila dos observan. A través de la observancia van poco a poco conectando, aceptando lo que inicialmente rechazaban. Rechazamos lo que no está dentro del grupo. Pero en esta pieza, nos enseñan poco a poco cómo establecer un sistema de comunicación propio, lícito, un pequeño mundo donde, como digo, Nadie es Alguien.

Los bailarines nos prometen la sorpresa de que no seamos, de que no existamos, nos invitan a ser cualquiera para poder ser Nadie. Pero para saber quién es ese Nadie nos interpelan desde los inicios a considerar que “Nadie” es propio de quien ha renunciado a todo. De cualquier manera, en esta pieza ser “Nadie” resulta liberador pues parece que nos descarga de la responsabilidad de vivir del mismo modo que sus cuerpos se descargan eximidos de toda responsabilidad de ser.

Porque ¿y si el propósito en la vida fuera no ser «Alguien» sino ser «Nadie»? ¿Y si hemos vivido desde hace miles de años por encima de nuestras posibilidades ontológicas? El mundo en el que vivimos nos impulsa a ser «Alguien». Nos educan mirando a los ojos del éxito, a ser reconocidos como ese Alguien. A consolidar nuestra identidad a través de la percepción de los demás. Como si todo fuera un espejo que nos devuelve nuestra imagen pervertida y confirma nuestra existencia más confusa. El vacío nos produce pánico, horror vacui.

Pero ¡qué cruel sería la existencia si realmente fuéramos Alguien! Ya lo expresó a la perfección Krishnamurti Feliz el hombre que nada es. Nada, para no obstruir la expresión del ser indeterminado.

 

Nuria Ruiz de Viñaspre

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