CÍA. SILVIA BATET - OBLIVION

Silvia Batet «Oblivion».

 

La gravedad explica el movimiento de los planetas,
pero no puede explicar quién establece los planetas en movimiento. 

Newton


¿Duermen los nenúfares? ¿Flotan las ideas en sus mentes? En Oblivion, de Silvia Batet, los nenúfares de la mente son una bandada de pájaros movidos por el látigo del viento, hasta ser ellos mismos fusta humana que sobrevuela el mundo sobre unas aéreas ruedas. La inequívoca ruta son unas líneas perfectas llegadas de la resonancia que deja un cuerpo cuando deja de ser cuerpo para ser ya otra cosa. Detrás van cayendo rostros que confunden dentro de una realidad confusa.

En un espacio idóneo como Tabacalera, fuimos testigos de cómo esos nenúfares de corriente lenta crecían en una cinta mecánica de corriente rápida. Procesionarias descendiendo por la rampa de la mística portando sobre el lomo de sus faldas mensajes de otros mundos. Un baile de átomos, de derviches que hipnotizan la mecánica de tus ojos automáticos con oníricas faldas de sombrero de paja, de copa baja, de ala ancha. Misma prenda al sur y misma prenda al norte de los cuerpos, escondiendo los pecados, exhibiéndolos. La falda es el espíritu.

El espacio en Oblivion es concebido estanque o cuna o nido o cielo, olvido o purgatorio. Todo un baño de hipnosis y desmayos. Una grafía preciosa de movimientos curvilíneos y rectilíneos, si tenemos en cuenta que esos cinco cuerpos en movimiento uniforme (pudieran haber sido veinte) siguen la trayectoria en línea recta y a velocidad positiva y otras, negativa, retrasando la acción o adelantándola. Son cinco preciosos vectores de desplazamiento que juegan con tus ojos, con la velocidad-tiempo con la velocidad-espacio, con la aceleración-tiempo, con la deceleración del tiempo. Y entre medias, la trepanación de sus ideas extáticas.

Como en un péndulo de Newton de cinco bolas, los cuerpos rebotados por esa resonancia del ruido que deja todo objeto que choca con el viento son ánimas flotantes sobre el agua limpia obliviando la mediocridad del mundo. El tiempo. El tiempo sin agujas que nos vuela. Agujas que giran sobre un eje, como los bailarines giran sobre sus cuerpos para alterar su estado de consciencia, para que el alma se desprenda de ataduras, se despegue de estos suelos. Un caos magnético perfectamente ordenado donde los átomos aislados bailan en un éxtasis místico. Magnetismo terrestre siendo ellos de aire. Giróvagos meditativos buscando nuevas puertas para adentrarte en ellas y en volandas.

La tierra aquí es un círculo de 360º y sus faldas son tierra cuyos pliegues imaginarios describían superficies perfectas. Sobre ella, los cuerpos en trance se comportan como cinco canicas magnéticas, formando y desformando al ser humano. Un recuerdo de juego de canicas infantiles que hoy son otra cosa. Agrupación y dispersión. Movimientos giratorios como planetas, como satélites deslavazados que acaban siendo oscilación y cuerpo de ideas ondulantes. Intentando conectar con algo místico recién nacido. Cinco alargadas bolas de mármol con un imán como corazón, adhiriéndose entre sí, uniéndose y alejándose dictadas por ese corazón imantado que acepta, que rechaza.

Vestidos de un blanco frío y aparentemente sin faz alguna de sentimientos, como la hueca pureza, vagan los cuerpos vaciados desde dentro, pero explorando la fuerza invisible del magnetismo que dibuja círculos, espirales y serpientes. La pedagogía del asombro.

Si el matemático Carl Gauss creó una de las herramientas más poderosas de la ciencia para hallar un planeta perdido, en Oblivion, Silvia ha encontrado cinco planetas preciosos entre una plétora de estrellas luminosas. Todo un carnaval de matemáticas. La cantidad de movimiento, el momento lineal, el momentum son su magnitud física. Batet sabe que somos el producto de nuestras masas por nuestra velocidad. Oblivion, que significa olvido o purgatorio ¿qué más da? es un planeta habitable y parafraseando a Gauss, Silvia [Dios] hace aritmética.


Los nenúfares de la mente

Nuria Ruiz de Viñaspre

 

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