Las Sillas - Compañía Blanca Arrieta - Robert Jackson

Blanca Arrieta
Las Sillas


Llenar el espacio vacío
Por Nuria Ruiz de Viñaspre

Uno ve una silla vacía y su mente rápidamente la llena con el espacio que ocupa, al menos, un cuerpo inicialmente detenido. Ella calza cuatro patas, la silla, y sin embargo uno piensa en ella desde el no movimiento. Piensa en la no relación, en la individualidad, en lo huraño del ser humano. En lo inanimado que hay en una silla. Pero ¡cuánta vida y cuánta cosa se puede hacer en una silla! Tantas como ser sujetos sujetados en la silla. Se puede vivir sobre una silla, vivir dentro de la casa que es la silla, vivir encima o vivir debajo, vivir amurallado por sus patas. ¿País que respirar y reocupar con tu vecino? Se puede pensar en una silla, se puede hacer el amor en una silla, estirar el cuerpo, encogerlo, asombrarse del asombro mismo, se puede morir en una silla. Extraditarse de la silla con las marinas de Sorolla al fondo. Extraditar al otro. Ahorcarse desde arriba. Armar un loops y bailar al unísono el eco superpuesto. Bailar en ese loop sincronizado o desincronizado, que de tan coincidente sea azaroso y descoincidente. Después, desde esa hectárea, entre lo propio y lo ajeno, saltar a otra silla y otra más. Expandir los movimientos a otros aires sin perder el pasado de la silla.

Y es que cada silla representa a una persona. Un sordomudo que dice ni sí ni no sino todo lo contrario. Contrariedad. Esa es la luz en la acción. Una silla echada al sol. Ser espacio sentado en una silla.

Vinculado el cuerpo solo de Robert Jackson, solo con el silencio del cuerpo que mira, tan iguales como diferentes. Solitarios y amorosos. Vulnerables e implacables. Tan vividos como vívidos. Los oídos del bailarín se afilan hacia afuera, la cabeza se inclina hacia los lados, el cuerpo escucha a la silla, a las sillas que le miran. Una silla contagiando a otras. Moviéndose desde ellas, pegándonos el gesto, pero sin perder su idiosincrasia en ningún momento. Porque ¿existe mayor determinación de la existencia que desde la que hay en la solidez de una silla?

Los primeros minutos mudos de esta pieza de Blanca Arrieta me llevan a una de las coreografías de la bailarina y coreógrafa belga Anne Teresa de Keersmaeker, con la composición del rey del loop, Fase, Cuatro Movimientos a la Música de Steve Reich, donde la repetición de la no música, los movimientos estrictamente seleccionados, la visión y la desvisión del espacio que ocupa el bailarín dentro de la soledad, la iluminación, de esa soledad, apunta a la pulcra carnalidad que hay en una silla. Los moldes de la danza que permiten que trascienda lo efímero del propio hecho escénico y acabe siendo un referente artístico. Toda una exploración que une el lenguaje corporal con el lenguaje de la danza.

El inquietante cuadro del final, silbando la caída del abatimiento. Las sillas quedan solas como solas quedan las personas.

Cierro este cuadro con un extracto de poema propio que me alcanzó la mente.

Mi cuerpo es una silla. Mi cuerpo es una silla. Mi cuerpo es una silla. Una silla sin quilla y sin esquina. Porque mi plan de futuro es ser eso, una silla. Y esta silla —digo cuerpo— no tiene columna vertebral, tiene cuerpo. Y es cuerpo que ensilla y grita silla y grita abismo dentro de este «soy una silla impresente».

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