María Pagés

María Pagés
La mujer de barro.


El número doce está ligado durante milenios a la medición del tiempo y en la Sala 12 del Museo Arqueológico Nacional también se mide el tiempo. Allí la bailaora María Pagés abre el mar en dos, como una Moisés entre los tiempos. Ella se abre hueco entre la muchedumbre y nos habla de la intuición del cuerpo dialogando con la memoria del tiempo. Dama memoria viva, especificará la canción en boca de Ana Ramón.

La cita en la que parece basarse ese cuerpo, estos duros objetos, moldeados a imitación de las formas de la vida orgánica, han padecido a su manera lo equivalente al cansancio, al envejecimiento, a la desgracia. Han cambiado igual que el tiempo nos cambia a nosotros de Marguerite Yourcenar en El tiempo, gran escultor, me parece de lo más acertada, pues si algo aprendemos con Pagés es que el cuerpo es el gran escultor del tiempo, o el tiempo el gran escultor del cuerpo. Grano a grano nos desgrana. Así, en esta enigmática sala y en esa nomenclatura en la que la vida se da la mano con la muerte, María Pagés actúa como un médium transformador. Zambullida está la alteridad, concebida como esa capacidad de ser otro o distinto, a partir del barro.

Si nos atenemos al concepto de tiempo como material, las Damas aquí identificadas (Dama de Elche, Dama de Baza y la Dama del Cerro de los Santos), ese busto en la Dama de Elche al fondo, es en realidad el resto de una escultura. Carece de extremidades y de tronco y sin embargo conserva la intensidad de toda su expresividad y la torsión de la época. Así Yourcenar, lo explica en su obra El tiempo, el gran escultor:

El día en que una estatua está terminada, su vida, en cierto sentido, empieza. Se ha salvado la primera etapa que, mediante los cuidados del escultor, la ha lleva- do desde el bloque hasta la forma humana, una segunda etapa, en el transcurso de los siglos, a través de alternativas de adoración, de admiración, de amor, de desprecio o de indiferencia, por grados sucesivos de erosión y desgaste, la irá devolviendo poco a poco al estado de mineral informe al que la había sustraído su escultor. [—] Estos duros objetos, moldeados a imitación de las formas de la vida orgánica, han padecido a su manera lo equivalente al cansancio, al envejecimiento, a la desgracia. Han cambiado igual que el tiempo nos cambia a nosotros.

Aquí la escritora belga viene a afirmar que el día que el escultor acabe su trabajo, la vida de la propia estatua comienza. Asienta que la obra es un ser independiente y autónomo y que sigue evolucionando a lo largo del tiempo. Y sigue manteniendo la necesidad de re-fabricar una estatua completa. He aquí la re-creación de estas Damas de la Memoria en cuerpo y memoria de María Pagés. En un ars longa vita brevis (el arte -de la ciencia- es duradero, pero la vida es breve, de Hipócrates) Pagés consigue injertar en su cuerpo toda esta expresividad intuida. Y es que entender la filosofía de su baile es comprender el significado de Conservar y Restaurar.

Antes del nacimiento del baile y del propio tránsito, en la Sala 12 solo se oye el tiempo. Se escucha, pero no se ve. Un sonido de pájaros rodea la Necrópolis de Pozo Moro como si fueran águilas en busca de alimento. Circundan el hambre humana en un baile tribal a golpe de violonchelo percusionado. Las cuerdas del chelo trompetean. Chillan como esas águilas que sobrevuelan el mundo. Mientras, Pagés, despliega sus alas y va alineándose al vuelo. Ella emerge entre la multitud y aflora con la humildad que tiene el color de arcilla -mismo material con el que se levanta el hombre-. Siendo de arcilla no solo el individuo sino el violonchelo que acompaña y que es esa ancestral llamada de águilas. Un color de tierra asoma. Un olor a tierra como tierra roja y arenisca es esa estancia. Ella se hace hueco entre lo humano. Poco a poco. Ojo a ojo. Hombro a hombro. Paso a paso se abre paso. Escenario donde todo se mezcla porque estamos hechos de lo mismo. Arrebujada humanidad.

Un desierto la cubre por completo. La entierra la misma tierra de la que están hechas las estatuas. Es de barro y piedra, pero siendo piedra con vida, la bailaora dialoga con otros barros. Se reconoce en las estatuas y las estatuas se reconocen en ella atravesando siglos y océanos. Es brutal el mimetismo donde, en ese desierto de humanidad, María es grano de arena y es desierto. Se despoja de su polvo y muestra ya un ropaje de alfarera y cántaro. Así vuela sobre un suelo revocado en yeso rojo. Carne roja. El color funerario ibérico. Dentro de la vitrina un cúmulo de la misma arena se levanta. Un manto de vientos la baila. Ella es el águila que con la envergadura de sus alas merodea los vértices de la vitrina. Chamánica despojada. Vitrina que contiene enrojecida la necrópolis de Tútugi. Sus ágiles brazos son los brazos amputados de las Damas, su mirada es su mirada visible, sus pies íberos otorgan vida a los pies de estas damas íberas. Las eternas preguntas incontestables.

En torno a la gran torre de Pozo Moro María nos baila con todo su cuerpo. Ella de bruces contra la Torre. Junto a la torre. Enfrentada a ella. Merodeándola. Pero la torre la protege. Ella, con su fuerza de pájaro interactúa con el tiempo en el tiempo, con el espacio en el espacio y con las formas en las formas. El baile en torno al Pozo Moro tampoco es gratuito y está repleto de simbología. Su forma turriforme (monumento en forma de torre) es en realidad el Árbol de la Vida, y sabemos que toda construcción vertical une el abajo con el arriba. De este modo y a través del baile, Pagés cose la brecha entre cielo y tierra, entre el Más Allá y el Más Acá. Le rodean unos leones que protege y defiende a los cuerpos de cenizas. Sabemos que el león purifica las almas, y aquí María Pagés es la reencarnación de estos leones que nos hablan del pasado y lo acunan. Ella y su cuerpo forman la perfecta escultura del Árbol de la Vida. Porque ella es un genio y es puro genio en el propio baile.

Pagés es la Gran Dama de la Memoria que con su sangre roja e íbera y a través de un baile que dialoga recupera la memoria pasada de todas las Damas mencionadas. Su cuerpo nos habla con la fortaleza de un león de la memoria poética que hay en la Fragilidad Humana. Su arraigado sentido ético de la cultura hace que sea ella y no otra la resurrección de estas Damas. Es el diálogo necesario que se ha de mantener con la Memoria. Y a través de lo efímero, la permanencia y la eternidad, María resitúa la belleza pétrea de unas esculturas y las dota de vida propia.

La poesía también está servida con el maravilloso escritor marroquí El Arbil El Harti, cuyas palabras, raptadas en alguna esquina, son extensibles a todas las artes en movimiento que se concentran en el cuerpo y el coraje de María Pagés y que tienen perfecta cabida en Las Damas de la Memoria: La preocupación por la temporalidad atraviesa la vida humana, sus grandes y maravillosas paradojas. El tiempo lo hace todo y lo deshace. Gobierna implacablemente el devenir de la vida. Es puro movimiento. Es línea recta, poliedro y círculo a la vez.

Exorcismo. Las tres damas entran en el cuerpo de la bailaora tras un diálogo con Los Muertos. Se lava la cara con el agua de ese mar doblado en dos y en la sala 12 lo pétreo toma vida cuando el cuerpo inhiesto de la bailaora es la columna escultórica que se erige en la sala. Los hombros de Pagés son los capiteles que sostienen la escena en eterno diálogo. Ella llama a los antepasados y los lleva al centro del desierto. Su desierto. Todo se vuelve tierra. El origen de una era.


Por Nuria Ruiz de Viñaspre

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