Mercedes Pedroche «Acumular artificios»

Sin la posibilidad del suicidio
ya me hubiera matado hace mucho tiempo

Cioran.

 

Artilugio: mecanismo, máquina o aparato, especialmente el de manejo complicado o el que tiene una función que no se percibe fácilmente o se desconoce.
Artimaña o engaño para conseguir algo.


Albert Camus lo planteó en términos absolutos en su propio mito de Sísifo, porque siempre hay un Sísifo en cada un de nosotros: «no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía.

El trabajo performático de Mercedes Pedroche bajo una pieza de videoarte de Mar Garrido tiene el todo y la nada de este Sísifo. Montaje por cierto increíblemente sutil que pervive en la cuerda entre lo pequeño y lo grande, entre el cero y el infinito, entre el sabor y las cerezas. Y es que, en la pieza de videoarte las cerezas que caían suicidadas desde un no-espacio sin cielo, no eran aleatorias. Son cerezas cíclicas que nos cuentan una a una que aun cuando todo parezca perdido, siempre nos queda su sabor. El sabor de la cereza. Lo cual nos lleva a pensar que sí vale la pena vivir la vida, repuesta contestada, filosóficamente hablando. Ya que al igual que el ciclo de la vida cada año el cerezo hace su recorrido biológico, como lo hace Sísifo montaña arriba. Recordemos que para los antiguos samuráis, la flor de cerezo simbolizaba la sangre, pero también la fragilidad y lo efímero de la vida. He aquí el verdadero sabor de la pieza, la cereza, que bien puediera ser la roca, la fragilidad del cuerpo y lo efímero de ambos.

La roca que el Sísifo de Camus sube a la cima de la montaña vuelve a caer una y otra vez, una y otra vez, y Sísifo sin esperanza pero nada desesperanzado una y otra vez la vuelve a subir. Sube sabiendo que llegará para desllegar. Pero aquí, el cuerpo de Mercedes bien pudiera ser también otra roca y la silla la montaña. Aunque aquí la cosa es bajar una y otra vez la roca a la montaña. 19, 65,  178, 181, 196, 211 veces se despeñaba esa roca ya arañada sobre la silla del agotamiento. 218 cerezas suicidadas caídas desde un espacio sin cielo. Bajar y subir desde la entraña del cuerpo. Bajar y subir del cero al infinito. Y en cada ascenso, en cada descenso, la pregunta incontestable ¿quién soy? Ella es la heroína absurda. Sabe que la silla es lo único que le pertenece, ella es su cosa. Su particular montaña. La cima es el territorio del abismo. La silla es el abismo. La erosión de lo absurdo. Es la Sísífo empujando la roca en el inframundo valle de los cerezos. Y cada vez es otra roca. Una roca que carga en el corazón ya que la cima de la montaña está en uno mismo, en nuestro interior. ¿Cómo llegar al interior de uno mismo sino es a través del corazón?

Para Pedroche el famoso “Pienso luego existo” de Descartes es  “Me rebelo luego existo”. Porque, ¿y si  la coreógrafa quisiera hacer de la rebeldía la contrafigura de Sísifo? ¿Se puede sacar provecho del vacío absoluto?

La contrafigura de Sísifo, el vértido que intuyó Nietzsche en el eterno retorno, Camus, que unió el mito a la condición humana, Kiarostami y las cerezas…, todo dentro de una micropieza de menos de media hora. Todo metido dentro del verbo acumular y del sustantivo artilugios.

Pedroche mantiene que el fracaso puede transformarse en impulso. Y yo cierro con un verso de Emily Dickinson que bien puede resumir esta sentencia: El ciervo herido salta más.

 

La filosofía del límite o la roca como máquina.
Nuria Ruiz de Viñaspre


 

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