María del Mar Suárez (La Chachi) y al cante Lola Dolores - Museo Lázaro Galdiano

Día 12 de marzo de 2023
Museo Lázaro Galdiano
Fotos: Elena Quintanar


Tiri ti tran taran to

Nuria Ruiz de Viñaspre

¿Qué es el baile?
el deseo irrefrenable de saltar
Pascal Quignard

Taranto, dícese del palo del flamenco originario de la provincia de Almería. Dícese también que desciende de la taranta y nació de la necesidad de cantar por libre. Eso significa la palabra, pero La Chachi (María del Mar Suárez), partiendo de esa raíz etimológica, digoyo que va mas allá, porque ella es la flecha que atraviesa la etimología, atraviesa el lenguaje, el propio flamenco y hasta lo que conocemos por “flamenco contemporáneo”. Por tanto, decir que Taranto aleatorio es una pieza de flamenco contemporáneo se me queda corto. No alcanza la palabra. La Chachi, artista multidisciplinar con mayúsculas y que no atiende a ese “dícese primero”, junto a la garganta de Lola Dolores, atraviesan conceptos con un gesto dialogante que desde abajo sesga voz y cante.

Aleatorio, dícese de aquello que queda al azar, que no sigue un patrón ni una secuencia ni un orden determinado. Este “dícese” sí bien pudiera definir a La Chachi, tan necesariamente fuera de los márgenes, de patrones, de conceptos, aunque siempre circundando la raíz de todo, respetándola. Y es que, en Taranto aleatorio hay flamenco sí, pero flamenco disruptivo. Hay rotura y remodelación en la voz, hay tarareo, taranteo roto, hay juego en el cuerpo y hay salto en el cante. Hay baile horizontal y también vertical. Hay pedagogía. En ambos –voz y baile– hay un “algo” que surge de un momento cogido al azar, en este caso una escena en la que dos amigas comparten el instante y donde una come pipas y la otra lía un pitillo. Lo que allí se dicen se lo dicen en voz baja, bailando, cantando. Y lo que de allí nace, muy lentamente y desde el silencio, desde lo quieto y desde abajo, es un ser eminentemente vivo, vivísimo, un precioso pez coleteando que va recorriendo océanos con una honestidad y una espontaneidad que asombra. La vena que arde in crescendo. Un flamenco para todo tipo de público. Una invitación a entrar en él de manera lúdica, profunda y divertida. Así, con la vocal al pie y el tacón al gaznate van contaminándose la una a la otra. Sobre el tablao se saben llevar, se comunican por debajo con mímica saltarina, con guiños y con brechas. Y ahí salta todo tipo de baile, danza callejera, danza clásica, baile moderno, gestos del hoy, lenguajes del hoy, todo formando un cuadro muy pictórico con esos brazos azules arqueados rompiendo el cuerpo de la voz.

Interesa muchísimo ver cómo rompen también los conceptos de los roles dentro del flamenco, donde estamos acostumbrados a ver al hombre cantaor y a la mujer bailaora. Aquí hay dos grandes mujeres, una cantaora (Lola) cuya garganta atraviesa los resquicios del cuerpo de la otra y una bailaora (La Chachi) agujereando el mundo de las voces. Ellas forman un solo cuerpo de voz y movimiento. Así, este insólito dúo híbrido utiliza gestos y expresiones con el cuerpo en pie –quise decir en voz– y acompañarlo con humor e ironía. Porque ¿puede existir en el taconeo el quejido? ¿puede reír un pie? Ellas demuestran que sí, que cuando el cante se rompe, el empático cuerpo se rompe, y de ahí nace la transformación en otra cosa. Otra voz y otro baile. Y es que para La Chachi no hay límites. Ella es mezcla y fusión. Todo lo aglutina. Es la libertad inyectada. Quizá pudiéramos bautizarla como La gran distorsionadora haciendo incluso alusión al famoso cuadro de Dalí o a esa particular manera suya de estar fuera de los márgenes y de re-crear y recrearse en algo ya creado.

Junto a Lola, ese diálogo mantenido, ese contagio que se palpa, resulta emocionante, como si con su naturalidad y salvajismo despojaran de adornos al propio “palo” del flamenco y caminara desnudo por senderos antes intransitables. Taranto aleatorio da un paso más allá para llegar a lo inclasificable. Y desde esa recreación, surge la pregunta ¿qué empuja qué? ¿la voz al baile o el baile al canto? La voz es zapateo y el zapateo es voz. Se levantan mutuamente, se llaman con complicidad, íntimamente. Y  es que aquí hay química, una rítmica mímica y sobre todo, no hay mayor pretensión en ellas.

Ese quizá sea el secreto, la honestidad, la complicidad, la risa de ida y vuelta, el toma y daca, la eterna voz que responde. Ellas son latido y carne. Ni más, ni menos.

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