Cía. Babirusa Danza - Museo del Traje

Fotos: Elena Quintanar


Exorcismo del opresor

Nuria Ruiz de Viñaspre

La luz de tu cuerpo es tu mirada.
Si tu mirada es pura, todo tu cuerpo se inundará de luz.
Si tu mirada es maligna, todo tu cuerpo quedará en tinieblas
(San Mateo 6.22)

El castigo del alquitrán y las plumas era una tortura que se remontaba a la época de las Cruzadas. En otro escenario pero sin salirnos del contexto, Beatriz Palenzuela (Cía. Babirusa Danza) propone Brea y plumas. Alquitrán de asfalto o brea de madera que quema la epidermis y donde las plumas que saltan por los aires en cualquier granja de pollos se adhieren a la piel herida de la palabra “víctima”. Todo está en el cuerpo y en Brea y plumas, pudimos viajar a aquel pasado donde se humillaba en público a sujetos sospechosos de rebelión desnudándoles hasta la cintura y sin más propósito que dañar física y moralmente a la víctima hasta el punto de obligarla a huir o rectificar su actitud. Así, el apelativo eres un gallina queda replanteado en la pieza, redimensionado. Nos hace recordar ya no solo el juego infantil –y siniestro, si lo pienso– de la gallinita ciega, esa banda que nos tapa los ojos y que nos recorre el cuerpo como si fuéramos un tobogán infantil, sino también ese animal sin futuro, ese ave de corral desnucado, víctima ciega de la ruleta rusa, o incluso el libro titulado La gallina ciega donde Max Aub presentaba una detallada descripción de lo que fue el franquismo tardío. Pues con esta multiplicidad de significados juega Beatriz Palenzuela sobre el escenario, estas son todas sus cartas, cartas que lanza sin límites sobre el amplio hall del Museo del Traje repleto de un público que las recoge una a una. Todo concebido desde dos cuerpos, dos mentes, dos conceptos: oprimido y opresor.

La belleza también denuncia, se puede denunciar bailando, y aquí Palenzuela, desde una fisicalidad llena de matices y una gran fuerza emotiva, desentierra significados como opresión, miedo y manipulación, y lo hace desde esa multiplicidad de cuerpos y con gestos como una mano levantada a modo de saludo hitleriano, o en esas manos en los bolsillos escondiendo toda sangre, o en ese ahogar el grito de la víctima donde el único saludo que hay es una mano tapando la boca para no gritar. Así, la coreógrafa explora de un modo muy gestual todos estos sentimientos vistos desde ambos lados. Ella nos propone volver a la memoria del pasado con estos hitos de dictaduras y represión pero también nos acerca al presente, a otro presente de alguien que toca al otro, le sonríe, le perdona, le invita al llanto, al baile, a volar en libertad. Realmente impactante el inicio de la pieza, donde la coreógrafa, de negro riguroso, va cambiando su lenguaje gestual y su vestuario movida por el violento cambio musical y los patrones que representa. Ahí se ve perfectamente el trasvase de personajes, su transmigración, desde Hitler con su mano levantada hasta la víctima que no puede ahogar su grito ante el recuerdo de las escenas más duras de la historia. Todo en el mismo cuerpo. Palenzuela baila la contradicción.

Estos sentires que parecen remontarse al pasado también responden a los movimientos sociales del 15M de Madrid y a toda aquella marea social que se generó. Así, en una danza que denuncia la injusticia, Palenzuela se calza la máscara del opresor, mira con los ojos del dictador, para desde allí medir al otro y dibujar una ventana nueva con un horizonte más puro, más luminoso, más esperanzador. Ella comprueba en el propio baile cómo desde el cuerpo del extremista se va desvaneciendo cuanto afirma el extremismo. Ese ponerse en la piel del otro y ver qué ocurre, ese ser opresor y también oprimido en el mismo cuerpo, obliga a Palenzuela a exorcizar a uno en aras de darle vida al otro. La lucha que se genera en el interior de su cuerpo estalla por los aires en forma de plumas que se adhieren a su epidermis abrasada ¿Cómo ahogar el grito del oprimido cuando el grito es un vómito y sale del estómago del opresor?

Una vez dentro del cuerpo maligno del opresor, allí donde todo queda en tinieblas, el propio cuerpo reflexiona y propone posibilidades más esperanzadas. La escena cambia de luz y cambia de traje en el Museo del Traje, la libertad salta por los aires y todos reflexionamos profundamente con Palenzuela sobre la complejidad del ser humano y todas sus acciones. Ella se acerca al público en una danza exigente, le sonríe, le llora, le implora el abrazo del otro, y todo ello desde un espacio dibujado más igualitario, un campo de rosas blancas habitable para todos y donde prima la libertad. Y allí, con mirada más pura, el cuerpo de Palenzuela y los nuestros propios se convierten en cuerpos inundados de luz.

La caída de todo régimen opresor es un acto catártico de liberación. Es el exorcismo del pasado. Y eso es Brea y plumas, danza catártica que te despoja el cuerpo de brea y de plumas y te deja al desnudo mirando desde ese nueva ventana al otro.

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