Foto: Daniel Garcia-Pablos

CIA. OMOS UNO
Amapola

Sábado 12 de marzo
Museo del Traje

¿Por qué yo soy efímera, oh Zeus? preguntó la Belleza /
porque solo hice bello a lo efímero, dijo Zeus

Goethe


Omos Uno, compañía de la bailarina Cristiane Boullosa, a la que ya tuvimos el placer de disfrutar hace dos ediciones en Ellas Crean, concretamente en La danza perdida, donde ya hablábamos de cómo a través de la improvisación Boullosa, estampada en un cristal, mutaba en una delicada crisálida. Una mariposa monarca que parece haber migrado de nuevo hasta la amapola de Omos Uno. ¡Qué efímera es la mariposa que al tocarla se evapora siendo a la vez tan eterna…! Así, Amapola, quizá sea resultado de ese efecto mariposa pues, a estos mismos ojos, parece seguir investigando la coreógrafa sobre el suelo frecuentado por toda mariposa, una alfombra de amapolas. Sabemos que de las amapolas se saca el opio, pero hay amapolas que crecen en la colinas de los ojos.

Boullosa parece conocer bien este narcótico que tan bien ha sabido expandir en la colina de los ojos de la bailarina Diana Bonilla. Al igual que los efectos de la amapola, los de esta otra flor viva nos propició una blanca relajación, somnolencia y toda eliminación del dolor, que no es sino el objetivo de la danza, la belleza y el no dolor. Lo límpido de lo blanco. El lavado cuerpo de Diana, con sobredosis de narcóticos, convirtió el aire en opio para nuestros ya sedados pulmones. Así hasta que la flor de Diana, solitaria y aérea, transformó el sueño que pisábamos en alfombras escarlatas.

Bajo la interpretación de músicas variadas que fueron de lo clásico al famoso bolero Lágrimas negras (aquí vestidas de blanco), Bonilla se retorcía como se retuercen las flores en primavera, siendo perseguida o persiguiendo la cola de su vestido. Un vestido seguido de un vestido demostrando su estatus en gasa y seda.

“Vuelvo al pasado para vivir el presente, vislumbro el futuro con la muerte acercándose paso a paso”, reza un verso de la pieza… Bella ella, a pesar de sus pétalos ajados por el esfuerzo de su danza, vive y muere en esos 20 minutos que dura la vida de toda amapola. Sin embargo, se nos antoja poco a poco su crecida como la de un río desbocado reponiéndose a toda muerte. He aquí el carácter efímero de la pieza, la concepción de la vida revisitada por la danza, pues ¿no es lo efímero aquel instante fugaz que abre las puertas no solo a lo espiritual sino también a lo corpóreo que queremos detener? Ya lo dijo Goethe en su Fausto, “Oh ¡Instante sagrado y fugaz, detente, eres tan hermoso!”

Y como todo lo efímero, detrás de la delicada apariencia de la bailarina se escondía una fortaleza infalible. Ella drenaba el suelo del escenario y lo exponía al sol de nuestros ojos para que hacer crecer esa alfombra de amapolas bajos nuestros pies. Una amapola que no es hombre ni es mujer, es la cicatriz de una flor neutra que nos recuerda la belleza de lo efímero y que es vehículo transformador donde todo lo que entra, temores, miedos, injusticias, sale renovado como dice el verso, en ráfagas de amor y ungüentos que sanan heridas.

Bonilla en esta propuesta defiende la abstracción y la empodera sin más herramientas que decoren, ella aleja de este núcleo toda indumentaria, donde el único hilo narrativo es la blanca y lenta imagen física rodando por los siglos como si fuera un pétalo y la narración teatralizada del propio hecho dancístico sin saber dónde Bonilla era amapola o dónde crisálida.


Nuria Ruiz de Viñaspre

 

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