Mi cuerpo un hotel

Es una mujer entregada a la danza, y hasta cuando habla sus palabras tienen movimiento propio. Mey Ling-Bisogno estrenaba una nueva propuesta de teatro físico, “Mi cuerpo un hotel”, un viaje que transcurre por las medianías del tiempo y esa frontera que divide a la niñez de la adolescencia, de la inocencia a las normas insalvables del adulto. Y e alguna manera de la vida viva a esa antesala de la muerte que es la vejez.

Mey-Ling es coreógrafa de alma y piel, pero en su corazón escénico caben otras manifestaciones como el teatro, porque le son naturales también. En el Teatro Conde Duque se sentía como en su casa que es, pues aquí trabaja a diario como miembro destacado el colectivo residente Coreógrafos en Comunidad. Quizás por eso ella se exigió más en este estreno; quizás también todos le observamos con más detalle. Seguro por todo ello nos reconocimos todos.

Para este “Mi cuerpo un hotel” se ha rodeado de muy buena compañía, dos actores monumentales como son Marianela Pensado y Tomás Pozzi, dos bestias de la interpretación con igual compromiso y amor por su arte que la misma Mey. Son ciudadanos de primera, aunque a veces se les vea pasear por calles secundarias. No importa: ellos son de caminar despacio y reflexivo, para no perderse ningún color del paisaje. Pensado y Pozzi dan vida y voz a un mismo personaje, aunque uno atienda a su perfil más infantil y el otro al conflicto de sentirse más mayor. El escenario se cubre de pingüinos de juguete para crear una suerte de espacio mágico en el que una veces parecía que iba a salir Peter Pan y otras un voluntario de Greenpeace.

Hay mucha alegría y conocimiento en la obra, para cuyo proceso creativo Mey-Ling se ha inspirado en textos como de autores como Peter Fischli y David Weiss, Jean-Luc Nancy y José María Firpo, a través de cuya lectura buscó una salida en el otro, una alternativa de viaje tras el destino final.

Mey-Ling se sintió en casa y nosotros también.

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