ROMNIA Belén Maya

“Hija, después de verte estoy aún más orgullosa de ser gitana”. Así se confesó una espectadora a Belén Maya al término de la representación de ”Romnia” en Ellas Crean, donde la hija de Carmen Mora y Mario Maya estaba citada como figura estelar de la programación de danza. Una voz en off nos lo recordó al inicio de la función, “Romnia, mujeres en el lenguaje romanó”. Y poco más, un escenario desnudo apenas vestido de sutiles juegos de luces y un traje de cola colgando del techo. La mujer gitana en el centro de la tarima y Belén Maya en el corazón de todos. La bailaora ya se encargó después de llenar de emociones, sombras y movimientos todo el Teatro Conde Duque, que una vez más volvió a llenarse.

Todas las mujeres gitanas están presentes en el espectáculo de Belén, cuya fuerza, además de su baile enraizado y a la vez heterodoxo, residía precisamente en la sencillez de su escenografía. El reto estaba ahí, en la pureza de una propuesta vacía de efectismos y cualquier otro elemento gratuito y distorsionador. Y estaba también en la raza de ese baile con memoria y vida propia que tiene Belén Maya, que tan pronto nos transporta a la memoria de bailaoras encastadas como Carmen Amaya como nos emplaza ante guiños atléticos propios del mundo del circo o el kárate, por no hablar del sudor que fluye por sus venas de tantas y tantas noches buscando nuevas emociones coreográficas.

Belén Maya lo hace todo sobre el escenario y frente al público, cambiándose de ropa e interpretando los distintos números de la obra como quien te baila en el salón de casa; es lo que tiene el Teatro Conde Duque, un espacio donde el arte, no es que se abrace, es que se roza y huele. Belén se viste de todas las mujeres gitanas que le mueven y conmueven, enfrentándose con valor al drama de aquellas que murieron en el holocausto nazi, por ejemplo. Es sorprendente el dolor que habita en este “Romnia” y, aun así, cuánta alegría y vitalidad transmite, convirtiendo la emoción herida en un sentimiento jubiloso con el que poder superar la tragedia y poder mirar sin rencor al horizonte.

Hay momentos cumbre en la obra, como cuando recrea a una gitana callejera que baila por unas monedas –de hecho pasa el cepillo entre el público-, metiéndose incluso en el papel de esa cabra que todos conocemos. La música gitana de los Balcanes predomina en la ambientación sonora, igualmente impecable por otro lado, orillando todo al final a la celebración de una boda abierta al baile desenfrenado del respetable, que no se explica cómo se puede contar tanto con tan poco.

“Romnia” para Belén  es “una nueva búsqueda, un nuevo interrogante en torno a dos dimensiones de mi ser: mi gitanidad y mi feminidad. Romnia son voces de mujeres gitanas no flamencas pero rebosantes de jondura. Mi cuerpo quiere dar vida a esos sonidos negros que llegan de Oriente cargados de penas amasadas por miles de desplazados a lo largo de nuestra historia.”

“Romnia” se estrenaba en Madrid y una vez más Conde Duque fue una fiesta. Hoy todas queremos ser Belén Maya. Hoy todas queremos ser gitanas.

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