Foto: Daniel Garcia-Pablos

PATRICIA GUERRERO
FRAGMENTOS DE PARAÍSO

Domingo 6 de marzo – 12:00 h. y 13:30 h.
Museo Nacional del Prado


En un principio era como las otras
bestias que pacen en la hollada hierba

J. Milton. El paraíso perdido


Un berbiquí es una herramienta hecha de madera y metal que horada superficies. En un escenario con tintes casi versallescos y lleno de sobriedad y profundidad, Patricia Guerrero (Premio Nacional de Danza, 2021) en estos Fragmentos de Paraíso, es ese berbiquí que perfora la nueva tierra en busca de oro humano. Ella es madera y el violagambista Fahmi Alqhai es metal. Para ellos barroco y flamenco nacen del trance de un mismo árbol. Ambos fusionan nuestra danza española con nuestro flamenco y lo bañan de un Bach revisitado, como esa compilación barroca que fuera aquel otro Paraíso perdido de John Milton. Al igual que el poeta, Guerrero y Alqhai, sopesando el pecado original, describen con sus respectivas artes los abismos de la psicología humana. Un asunto que no caduca nunca. El bien y el mal, los oprimidos y los opresores, la virtud y la tentación, el recato, la lujuria, la envidia, las iras, las idas y las vueltas, el claroscuro… De los barrios sevillanos a la corte española y ¿por qué no? a la corte de Eisenach.

Cuerdas rotas frotadas, arco doblado bajo la falda de su cuerpo en trance, sudor y llanto en sus ojos ciegos, transmitiendo esa extraña sensación de que en el escenario todo es de nuevo posible una vez perdido, incluso bailar por soleá una pieza barroca (tan fácil parece una vez descubierto lo que antes de descubrirse se hubiera tenido por imposible, J. Milton). Guerrero es esa bailaora sin límites para la que no existen las fronteras. Ella es el nexo de unión, la mirilla por la que el todo es posible, el espejo inverso de un barroco aflamencado y un flamenco barroquizado.

Dicen de la bailaora que es puente entre el flamenco y la música del siglo XVII pero un puente une orillas, salva el río, y aquí ella es río y es orilla. Transfonteriza, es el camino paralelo. La tipología pictórica de la bailaora, la fuerza centrípeta de su teatralidad, hace que parezca salida de un cuadro del Museo del Prado, como esa mujer a veces enlutada otras la libre y trasgresora del pueblo. El negro pecado en el rostro y el rojo corazón en el pecho, como si fuera ese tercer ojo que todo lo ve incluso estando ciego. Como el ojo interno, vórtice energético que conduce a los reinos interiores mas humanos. Ella es la canoa que avanza en impulsos por el río de las danzas españolas, incorporando desde el flamenco más tradicional nuevas formas propias y nuevas estéticas, todo al aire libre de la libertad.

Patricia Guerrero, el berbiquí de cuerda, el berbiquí de giro constante, no entiende de diferencias, para ella y sobre el escenario todos tenemos el mismo peso, el mismo tamaño, misma raza, misma etnia, misma máscara que nos esconde el gesto, misma nacionalidad con pecados idénticos, todos nacemos en la misma forma humana, y así lo explicita en estos extractos, donde coloca en el mismo suelo el duro susto de las calles, con sus fiestas y sus siete pecados capitales, junto al resto. Para ella todo va de la mano. Tradición y experimentación. Braceo y taconeo en su punta y su tacón.

En un suelo dorado con zapatos dorados y esculturas doradas circundándola, el movimiento enérgico, el afiladísimo y finísimo zapateao de Patricia hecha cuervo con su sobrio luto, junto a la delicadísima música de Alqhai, acabó siendo un precioso juego de engranajes donde el taconeo de una era taladradora en las manos del otro.

El Paraíso es ese lugar donde hay vida en abundancia, donde no hay enfermedades ni sufrimiento ni luto por muerte. Un espacio que no entiende de clases sociales ni pecados. Una utopía hecha realidad por Guerrero y Alghai, que revisitan el pasado  para traerlo al presente. Seres mágicos que limpian la tierra para que los justos vivan en su suelo dorado. He ahí el poder transformador de la danza.


Nuria Ruiz de Viñaspre

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