
En De ficciones y canciones la saga Mora nos propone un encuentro donde la secuencia de la música y la poesía forman una unidad indivisible, y donde los parámetros que definen a una, ritmo, melodía, armonía y color, bien pueden definir a la otra. Por un lado, la poesía de Ángeles Mora (Premio Nacional de Poesía y de la Crítica, 2016) que desde una conciencia crítica y feminista reflexiona sobre las situaciones cotidianas de nuestra existencia. Y por otro, la música de Cristina Mora, con una voz propia y personal que se nutre del jazz y su fusión con otras músicas. Dos arterias y una misma sangre. Una sangre con el mismo color de la Mora. Dos generaciones. Dos ramas de un mismo árbol que se tocan acompañadas por la envolvente atmósfera del compositor y productor Moisés P. Sánchez y Borja Barrueta a la percusión.
Poemúsica es una exposición. Un índice de canciones. La banda sonora de una vida. Una mitología musical conjugada en presente ancho, como ese mapa donde se actualizan el pasado y el futuro. Como la mitología que hay en esos libros que pueden leerse eligiendo instantes, como quien elige piezas en el tocadiscos y deja caer la aguja lectora en un surco exacto y suena la canción de su vida. Ángeles es la aguja que cae llena de texto sobre el surco y Cristina el surco que hace sonar la música. Mientras la poeta nos narra con sonidos, Cristina hace de sus poemas una cadena lingüística que conforma esa banda sonora. Todo un conjunto de lectura y audición. Esa y no otra es la secuencia sonora de las dos artistas, una cadena articulada de sonidos. La palabra de Ángeles y la música de Cristina transformando el poema en un objeto de seducción.
El origen de Ficciones y canciones es el origen del amor, en un primer lugar, y después de la palabra, del amor a la palabra. Y esto es casi una experiencia sociológica si nos remitimos a la idea de la percepción y de la experiencia que inducen a la elaboración del sentido de la belleza entre madre e hija. Madre e hija creando emociones y sensaciones que nos llevan a entender y a mentalizar la visión de sus particulares mundos con-juntos. Una cosmovisión mental y sensitiva. La “percepción-lectura” de un acto poemusicado.
En lo cotidiano, la música puede ser medioambiente de la escritura. El sincretismo, como ese intento de conciliar doctrinas, de conciliar un arte y otro, como es el caso, nos permite palpar esa coexistencia que existe entre dos mundos que son uno, la música y la poesía. Así, la saga Mora situó al público entre dos artes, el de la escritura y el de la música, facilitándonos el verbo “leeroír” no solo la poesía sino la música que le acompañaba. La selección musical de Cristina daba un alcance múltiple a los poemas de Ángeles, una dimensión intemporal, secuencial, pues ahí, sobre el escenario, dialogaban las voces poemáticas de Ángeles con la música de todos los tiempos que se actualizaban al “decirlas” de otra manera.
Ángeles, Cristinas, Moiseses y Borjas consiguieron crear un dinamismo éxtimo e íntimo. Se compartió con el público lo que allí mismo se compartía, el discurso poético de muchos temas: la propia música, el amor, la soledad, la enfermedad, la muerte, pero, sobre todo, la búsqueda de la figura del otro, la figura de la hija en la madre y la figura de la madre en la hija. Todos estos temas desembocan en una amplia definición de la palabra poética. Ambas poetas dialogan con su otro o “lo otro”. El otro es representado por la segunda persona del singular, simbolizando la música, el personaje cantando, y también el propio público. Toda una instalación donde las piezas musicales y vocales dialogaban con otras vocales más poéticas, con las voces poéticas, construyendo una correspondencia de conjuntos entre la voz poemática y el lector y entre el yo poemático y el público… El léxico del acto entrelazaba el léxico de la realidad más corpórea con el propio léxico del lenguaje.
Y volviendo a las secuencias, destaco los momentos improvisados donde a golpe de teclado, piano y percusión, Cristina jugaba con su voz lanzada al aire. Como un Berio-niño haría jugando con su voz más modular. Una voz llena de connotaciones. Porque la voz significa siempre algo. El comportamiento vocal a veces es una voz perdida, pero a la vez perro-guía del poema. Algo así como si fuera la de Cristina un gorgoteo precioso, un texto modular burbujeante. Nuevas sororidades a través de la experimentación, dando así una idea fugaz y aérea a la música. Una fantasía sobre el tiempo y el sonido.
En Secuenza III para voz femenina, Luciano Berio dejó dicho
Dame unas pocas palabras para una mujer
para cantar una verdad permitiéndonos
construir una casa sin preocupaciones antes de que caiga la noche
La música intima con la emoción, irrefrenablemente. Es activadora de emociones y en ella podemos percibir cualidades expresivas, impresivas y un cúmulo de fuertes sensaciones. Como digo siempre, todo lo que entra en nuestro oído nos toca al instante. Y ese es el seísmo que Cristina Mora junto a su madre, Ángeles Mora nos produjeron el sábado pasado. Empatía y pudor bello. Un todo transmutado en el aire. Ángeles era la materia perfecta donde el cerebro de Cristina era el maquinista-jefe que espiritualmente guiaba el casi nunca de un todo que se revelaba casi nunca siempre música. Maciza e irrefrenable música que nadaba en la mismísima boca de Ángeles y se escampaba por la sala con su calidad de inmensa. Entramos en un cuarto de maravillas como aquellos famosos gabinetes de curiosidades donde se coleccionaban y se exponían objetos exóticos… Aquí fuimos testigos de dos objetos exóticos, música y poesía y ambas con nombre de mujer.
Imprescindibles en todo el acto el pianista Moisés P. Sánchez, y el percusionista Borja Barrueta, que aderezaban con suma agudeza la gastronómica mañana. El sentido de sororidad continuaba. Evidentemente, para Ángeles, compartir su poesía con las canciones de su hija Cristina Mora, mirar su sangre en su sangre, y todo ello junto al piano de Moisés P. Sánchez y junto a Borja Barrueta, tres maravillosos artistas, tuvo que emocionarle profunda e irrefrenablemente. Desde las butacas, mirar la mirada cómplice de la madre a la hija, con su vuelta, mirar la mirada cómplice de Cristina a Moisés, de Moisés a Borja y de Borja de nuevo al inicio de Ángeles, incluía el mundo de tu propia mirada. Todas estas primorosas miradas convirtieron que el escenario se transformara en gran ojo, un gran óvalo que a su vez era mirado por todos. La curvatura del amor, de la admiración y del apoyo mutuo.
Por cierto, que no podían haber bajado mejor los párpados que con un poema de Ángeles cantado después por Cristina titulado Sola no estás. Así bajaban el telón un 9 de marzo, ese día posterior yal siempre señalado Día de la Mujer. Un cierre especial para un día especial dentro de un festival especial dedicado a las mujeres especiales, es decir, todas las mujeres, quedando hombres y mujeres extraviados en la atmósfera.
Sola no estás
No es cuestión de palabras, / es un rumor de fondo / queriendo aparecer. / Se entrecruzan las voces / como peces revueltos / dentro del pecho. Duelen, / hacen daño. / Fuera cantan los pájaros / y tú cierras los ojos. / Engaña la quietud del momento. / Pero a ti no te ciega / esta postal de vida retirada. / Sola no estás, el pensamiento / no deja de latir, da golpes, bulle, / igual que si la tierra se moviera. / Tú eres la tierra que se mueve, / que tiembla con el fuego de otra música. / No estás sola. / El río de la historia sobreviene. / Un murmullo se acerca.
Cierro con una cita de Pascal Quignard, que dejó escrito en su Vida secreta: no hay diferencia entre música y amor: escuchar una auténtica emoción extravía por completo.
Por Nuria Ruiz de Viñaspre