Olga Pericet - Escalinata Museo Arqueológico Nacional

25 de marzo 2023
Museo arqueológico Nacional

Fotos: Elena Quintanar


Cuando el cuerpo suena

Nuria Ruiz de Viñaspre

En el enclave perfecto del Museo Arqueológico Nacional, la Premio nacional de danza, Olga Pericet salió de la cueva y descendió y ascendió por esa gran escalinata –antesala y anestesia perfecta del museo–. Jugando con el espacio y los instrumentos, Pericet transitaba del color rosa al amarillo en un escenario descontextualizadamente perfecto. Transmutaba su cuerpo de carne en hueso en el propio cuerpo de la guitarra, esto es, madera pura y aire. De este modo, ves que ya no es Pericet la que baila, porque ella es el baile y la guitarra. Contestataria en cada taconeo, Pericet sienta sentencia sentándose con todo su poderío en el trono de la contemporaneidad.

[…] no pretendo bailar la guitarra, sino ser, transmutar, buscar el género de ella o ello, hacerla cuerpo: lo femenino, lo masculino, lo sagrado y lo terrenal, el pelo, los dientes afilados, las clavijas en las uñas, las primeras formas ambiguas …”

Olga Pericet

Transmutar es transformar, experimentar un cambio, hacer de algo otra cosa. ¿Reinventar? ¿Recrear? El cambio en ella es reforzar lo que uno es para, desde ahí, rugirlo todo con más fuerza, más tacón, más latido. Sabemos que el cuerpo de una guitarra se compone de caja de resonancia, fondo y alma, clavijas todas que en la bailarina son clavícula y carne. De tacón contundente, de delicadeza aérea, Pericet caminaba así por esa cajita de resonancia de la guitarra desde su propia gran caja torácica. Suenan platillos, guitarras, tacones, y lo que consigue Pericet, lo maravilloso, es que una no sabe que dio luz a qué. No sabe quién llamó a quién, y no consigues diferenciar dónde está la artista y dónde el instrumento, ese es el verdadero arte en esta pieza. Así, lo que inicia con una imagen convencionalmente flamenca, traje negro sentado bajo blusa blanca y regia –con algún momento cómico que te llevaba a imágenes chaplinianas– acaba siendo la divertida imagen de una transformista que atraviesa los siglos y se convierte en cuanto quiere, a veces rosa con vestido de cola, otras pájaro agabardinado o esa misma guitarra que a su vez se transformaba en otra cosa. Así, si ella baila al aire se convierte en aire, si bailara agua se convertiría en agua y si bailara madera se convertiría en madera.

Creadora donde las haya Olga Pericet busca en Transmutar conocer el género de la guitarra, dónde está su torso y dónde su dorso. Sin perder un ápice de su raíz flamenca, o mejor decir pre-flamenca, Transmutar transciende a otra cosa, haciendo del flamenco algo vivo y divertido. Saltándose los límites. Mirando al ojo de los otros. Así, cuando sus saltarines ojos de asomaban por la boca de la guitarra, ese orificio redondo que hay en la tapa frontal de la guitarra, ella misma se convertía en un amplificador del sonido. Cuando introducía ambos brazos en esa boca, lo que hacía era atravesarla, penetrar en su caja de resonancia para sentarse con ella a dialogar.

Este obra –que reivindica con su mirada insumisa el mundo de lo femenino desde lo masculino– parece un vómito salvaje, quizá el mismo rugido de un león, pero es precisamente lo contrario, en ese suelo que tanto domina todo está medido, el color de cada milímetro espacial, cada movimiento exacto de la coreógrafa, cada guitarra lanzada al aire… cada gesto mímico, cada cuerpo de guitarra como testigo de sus propios bailes. Toda una recreación estética que va desde una grandísima rosa abierta de insólito diámetro hasta esa mítica gabardina amarilla que te llevaba a Singing in the rain –juego perfecto este baile de flamenco y gabardina–. Y es que toda desbarrada imagen que aparezca en tu mente es posible cuando estás delante de Olga Pericet, donde en un mismo suelo y con un lenguaje universal entendible hasta por los niños, hay mil platos que degustar, desde la reflexión, el color y la crítica, hasta la diversión, como cuando formaba imágenes con cuatro o cinco cuerpos de guitarra de cartón y te retrotraían a ese otro mundo de muñecas recortables, las verdaderas madres del transformismo.

El flamenco es un arte de emociones por lo que tautológicamente el pre-flamenco es el arte de las pre-emociones. Así, los pre-sentimientos de Pericet en Transmutar están latentes en cada paso que da, en cada movimiento y gesto, en la expresión, es ese lenguaje no verbal que utiliza la artista para reforzar aún más si cabe su mensaje, siempre a través del movimiento de su cuerpo y de la profundísima y estudiada gesticulación de su cara. Pericet hace así que el dolor se transforme en belleza, la tristeza en pasión y la alegría en una fiesta, así transitaba por esa transmutación. En ella, el lenguaje corporal engendra fuego.

Si concebimos que la guitarra es un instrumento, el cuerpo de Pericet se convierte también en otro instrumento. Es él el que suena, el que es rozado por el viento y el que baila. La guitarra es en ella una extensión del cuerpo, se adapta al cuerpo de la intérprete, tanto como ella se adapta al cuerpo de la guitarra.

Cuerda y guitarra, todo concretado en su cuerpo contemporáneo. Una maestra abrementes que consigue que hasta la imagen más insólita que aparezca en tu mente al ver su arte, sea posible en este mundo.

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