Velada de rotundo éxito en Conde Duque con la arrolladora Sor Marie Keyrouz en la primera jornada musical de la 11 edición de Ellas Crean. Considerada por algunos la mejor cantante de Oriente Medio, esta intérprete actuó anoche ante un público, expectante, que abarrotó el auditorio de Conde Duque.

Con pleno y muy encomiable acierto el festival Ellas Crean de este año ha dedicado su programación a la gran mística, nacida ahora hace 500 años, Santa Teresa de Jesús. Los homenajes que se le dedican constituyen algo así como el tronco central del programa, tanto a través de la exposición «La imagen de Santa Teresa», procedente de los fondos de la Biblioteca Histórica Municipal, como en la proyección de la muy conocida teleserie, dirigida en 1984 por Josefina Molina. Todo ello, sumado a otras actividades, arroja un excelente dividendo como promedio. De manera muy especial, es justo destacar el altísimo nivel de la actuación que, en homenaje explícito a la santa, ofreció anoche la cantante libanesa Sor Marie Keyrouz en el auditorio de Conde Duque.

Es curioso cómo los cantos sacros de la Alta Edad Media tienen, desde hace años, un inesperado y extraño éxito en Europa, y, en este sentido, viene a la memoria el prodigioso fenómeno del gregoriano. Los discos de esta religiosa, que -dicho sea de paso- es antropóloga y musicóloga, y ha trabajado muy a menudo con Marcel Pérès y su Ensemble Organum, se venden mejor que bien; siempre teniendo en cuenta, naturalmente, las particulares características del mercado fonográfico clásico.

 

Formato camerístico

Sor Marie Keyrouz, en 1984, tuvo la feliz idea de construir un conjunto vocal, el Ensemble de la Paz, a modo de llamamiento a la concordia entre todas las religiones y todos los ritos del Líbano. Esta vez ha visitado Conde Duque en un formato camerístico, que permitía escuchar con mayor nitidez las calidades de su voz, en compañía del pianista Elie Maalouf.

Ambos se presentaron ante el público sin amplificación artificial alguna. Ella lo hizo con su hábito, la mirada huidiza y una sonrisa contenida, casi interior, como ese leve murmurar de los textos que decía, que tanto domina, y que, siendo a menudo casi silencio, eran perfectamente audibles. Una sonrisa que llegaba desde ese lugar no material de los humanos, donde espacio y tiempo han sido superados.

La técnica de su canto, la proyección simultánea de la melodía y sus armónicos, tiene tanto de arte circense como de sortilegio. Y se erige como espléndido ejemplo de que el instrumento más complejo, sofisticado e imprevisible de que se ha dotado al ser humano es su garganta. Ver en acción este auténtico caudal de creatividad a dúo con el piano de Maalouf, constituye una experiencia que va más allá de lo musical, un ver para creer que da obsolescencia a la usual cobertura semántica del término concierto. Estamos ante el asombro que no cesa.

 

Carta de presentación

Cristianos libaneses y musulmanes andan, indisolublemente, unidos por el planeta. Pueblos marcados por la inestabilidad casi constante hay, sin embargo, muchos. La más personalizada carta de presentación que puede mostrar al mundo la cultura libanesa es esa forma de canto que remite a un tronco común, alimentada por una raíz que se hunde en el origen mismo de los catálogos de canciones sagradas que abundan en las comunidades cristianas de Oriente, todas ellas de aliento árabe, católico, bizantino u ortodoxo sirio.

Una auténtica «delicatessen» que la religiosa dibujó con voz volátil, en permanente estado gaseoso, en melismáticas volutas que hechizaban desde el primer momento. Ese ingrávido hilo de seda que se rizaba con delicadeza extrema, fue responsable de que, finalizado el concierto, los cedés que el equipo de la cantante había llevado consigo se esfumasen en un santiamén para ir a parar a la parte  más inquieta de un público levitante.

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