Leonor Leal
Foto: Daniel García-Pablos

LEONOR LEAL
EN TALLERES
Museo Arqueológico Nacional


 Es tarea de la filosofía revelar a los hombres la utilidad de lo inútil

o, si se quiere, enseñarles a diferenciar entre dos sentidos diferentes de la palabra utilidad.

 

Pierre Hadot

Una planta de reciclaje es una instalación donde se procesan diferentes materiales con el fin de reutilizarlos. Algo así nos proponen el percusionista Antonio Moreno y la bailaora Leonor Leal, ser taller donde se repara, se acondiciona, se perfecciona, donde se sustituyen piezas anticuadas, se recicla, se hace servible el objeto inservible. Así, estar en talleres, rodeados de materiales que parecieran un arte en extinción, nos enseña a transformar lo inútil en útil.
Con sonidos tan primitivos como innovadores, Leonor parlotea, zurce, patea y zapatea al divertido son de Moreno. En cada vuelta de pecho y tacón, Leonor nos da un respiro. Ella es el paréntesis al ahogo que sentimos tras la invasión de lo útil cuando los objetos que vemos en su trastienda son la proyección de su cuerpo interactuando con el entorno.

La música está en todas partes, hasta en el centro de un museo de flores raras. Allí, Moreno hace música con instrumentos raros mientras Leonor Leal nos introduce en la insólita cocina de la danza, en su trastienda, el laboratorio donde nos muestra una didáctica y divertida clase magistral. En ese espacio acondicionado como su propio taller están ellos, reciclando telas, elementos, objetos que con motivo de la danza nos muestran un juego de mesa. Aquí lo lúdico está a la cabeza de todo lo demás. Cerca de la teatralidanza, -entendida como esa comunión de teatro y danza- Leonor y Antonio hacen del arte un juego para todos los públicos.

En esa puesta en escena y a golpe de imaginación, bailaora y percusionista nos enseñan a vivir la danza de otra manera. Sabemos que todo cuanto hay tras la palabra taller es una potente herramienta terapéutica, aunque en este caso, En talleres sea ese lugar donde se perfecciona, se ultima, se pone a punto la punta del pie de la danza.

Instrumentos musicales hechos con materiales reciclados y que a nuestros ojos son jirones del pasado, consiguen hacer sonidos y después baile. Tambores que bien pudieran haber sido en otra vida botes de patatas, un armario lleno de platillos colgados de un perchero y hechos de telas de esparto… cencerros que en otra vida colgaron del cuello de las reses, botes de conserva caducados educados con vocablos como “pitas, pitas, pitas”, llamando a las gallinas para darles de comer. El mundo rural descontextualizado.

Emocionante ver que estos dos actores formen una coreografía perfecta que responde a nuestras dudas, a nuestro asombro. En definitiva, el lugar propuesto por los artistas es una planta de reciclaje donde lo imposible tiene cabida. Un espacio donde devolver la vida a esos objetos que quedaron muertos en nuestra memoria. La sorpresa, la risa, lo que no existe pero que a punto de existir, el futuro, todo está ahí, en la trastienda del taller, donde otra danza es posible.


Nuria Ruiz de Viñaspre

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