Salomé Limón

Nota: Este relato fue contado en directo por su autora el día 24 de marzo de 2022 en el Museo Arqueológico Nacional y forma parte de Ellas Cuentan, edición especial de Diario Vivo para el festival Ellas Crean.


Hoy os voy a contar mi viaje a la creatividad.

Si la Salomé de hoy le dijese a la Salomé de 3 años que iba a ser compositora le hubiese dicho que eso era imposible. Pero es que si me lo llega a decir hace 30, 20 o incluso hace 10 años me hubiese dicho lo mismo.

Cuando yo era pequeña, oír la frase “limpia tú las escaleras que tus hermanos no saben o tienen que ir a clase de solfeo o de pintura” era lo normal. Incluso para mí era lo normal. Era lo que me tocaba. Ese era mi papel al ser la pequeña y la única chica. Pero había algo que me chirriaba en todo eso, y por eso estaba siempre enfadada. Aunque en aquel momento no sabía que lo que sentía era enfado y aún me llevó muchos años saber con qué estaba enfadada.

En mi casa, hablar para resolver los problemas nunca se planteó como una solución. Se tapaban a base de gritos y malas caras. Y como los demás gritaban más que yo, siempre me parecieron más listos. Pero el grito más ensordecedor siempre ha sido el silencio de mi madre. Cada desencuentro con ella venía acompañado de tres días de mutismo. Ese silencio no me permitía escuchar ni mi propia voz.

A mi padre le encanta pintar, sobre todo payasos. Pintaba en una de las habitaciones de nuestra casa donde tenía su caballete montado. Yo me ponía a su lado con mi mini caballete e intentaba copiar lo que en ese momento estaba pintando él, aunque con 4 años me imagino que no se parecería mucho. Mi padre me hizo mi propia paleta en la que me ponía montoncitos de pintura solo para mí y eso me hacía sentir aún más especial. Me contagiaba su entusiasmo y disfrutábamos juntos de esos momentos que a veces se convertían en horas. Mi padre murió cuando yo tenía 7 años y, en ese momento, eso de ser creativa pasó a ser cosa de mis hermanos.

Cuando creces en un entorno tan opresor y sintiéndote tan sola lo asumes como casa. Era mi “zona de confort”.  Y eso me llevaba a buscar el mismo tipo de relación abusiva en amistades, estudios, parejas y trabajos. Como,  por ejemplo, yo desde siempre tenía bien claro que quería estudiar filología alemana, pero cuando llegó el momento de elegir tampoco me dejaron y acabé estudiando una carrera que no me gustaba y que nunca ejercí.

Después de estar varios años trabajando en sitios que me pagaban el alquiler pero que no me llenaban, no sé muy bien cómo, acabé trabajando en el estudio de grabación de mi hermano. Si mi filosofía de vida iba a ser “más vale malo conocido que bueno por conocer” en aquel momento trabajar para él parecía la mejor opción. Al principio poniendo cafés, tirando cables, colocando micros, siendo la chica para todo. En resumen, cualquier cosa que se hace en un estudio de grabación que no es creativa. Y eso que vi pasar por allí a infinidad de artistas que me fascinaban. Sobre todo cuando les veía componer. Pero por dentro pensaba que eso no era para mí.

Estuve 10 años trabajando para mi hermano hasta que un día no pude más. Por suerte, el cerebro es más listo que nosotros y cuando detecta una situación que entiende que es de grave peligro toma las decisiones por nosotros. Huir o luchar. Y yo estaba cansada de luchar. Así que salí del estudio gritando, como no, y dando un portazo.

Cogí todas mis cosas y me fui a Berlín. A estudiar alemán. En Berlín descubrí cómo es vivir de otra manera. Noté cómo mi enfado empequeñecía a medida que pasaban los meses. Nadie me gritó durante un año y yo tampoco sentí la necesidad de gritar a nadie. Me sentía más libre para hablar y sentía que se me escuchaba. Disfrutaba de las decisiones que tomaba. Como si era no hacer nada. Me lo permitía todo.

Mi cerebro me ayudó a poner la distancia física, pero aún no había aprendido a poner la distancia emocional. Así que volví a Madrid, a trabajar para mi hermano. Aunque no volví siendo la misma. No volví en las mismas condiciones. Ya no volví como asistente sino como ingeniera de sonido. Eso significaba empezar a grabar. Y grabé a artistas de la talla de Paco de Lucía, Andrés Calamaro, Chick Corea, Bebo Valdés, Concha Buika, Michel Camilo o Enrique Morente. Que escuchaban lo que decía, que pedían mi opinión, que se ponían en mis manos.

Me acuerdo un día grabando con Paco de Lucía. Él estaba muy concentrado en la cabina tocando y yo muy concentrada controlando la grabación. En un momento dado se paró y dijo que quería volver a grabar una parte, yo le dije que se viniese al control y que lo escuchase desde allí porque a mí me había parecido que estaba precioso. Se vino, lo escuchó y decidió que esa toma se quedaba en el disco.

Cuando por fin empecé a trabajar por libre, me hizo muy feliz que Michel Camilo y Tomatito quisieran grabar y mezclar su nuevo disco conmigo. Spain Forever. Y aunque era un trabajo enorme para ser mi primer trabajo como freelance, dije que sí. Y menos mal. Primero porque durante la grabación sentí que estaba en un concierto privado con dos de los mejores músicos del mundo. Segundo porque trabajar en ese disco me dio la confianza que necesitaba en mí misma en esa nueva etapa y que, además, fue reforzada al ganar mi cuarto Latin Grammy, el primero en mi carrera en solitario.

Después, me han llamado para trabajar otros artistas como Emilio Aragón, Pepe de Lucía o María Toledo. Y aunque las voces me siguen diciendo que no soy suficiente, que quién me creo yo que soy, digo que sí.

En aquel momento la mezcla era para mí lo más creativo del trabajo de ingeniera de sonido. Es lo que más se asemejaba al lienzo en blanco de cuando pintaba con mi padre y fue lo que pareció darme el permiso para atreverme a descubrir hasta donde podía llegar mi creatividad. Primero descubrí que era capaz de producir, y después de componer. Mis primeros pasos como compositora fueron, como os podéis imaginar, pasos de bebé. De la mano de grandes artistas y amigas y amigos, sentí de nuevo que mi voz era escuchada.

Hoy me siento delante del ordenador con mi teclado y se me pasan las horas volando, escribiendo sobre mis emociones. Escribiendo canciones que vienen de muchos lados, de donde menos te lo esperas. Como cuando escribí mi última composición, Vulnerable, que la inspiración me vino mientras hacía la edición sonora de un documental.

Aún estoy empezando y aprendiendo, pero ya he compuesto más de una decena de canciones para discos y cine. Ya siento que puedo decir que soy compositora.

Han tenido que pasar 43 años para componer una canción que sea entera mía, con mi propia voz.

Han tenido que pasar 43 años para que mi voz suene más fuerte que los gritos.

Han tenido que pasar 43 años para que en vez de gritar, cante.

SALOMÉ LIMÓN

 

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