© Elena Plaza. Autorretrato

Nota: Este relato fue contado en directo por su autora el día 24 de marzo de 2022 en el Museo Arqueológico Nacional y forma parte de Ellas Cuentan, edición especial de Diario Vivo para el festival Ellas Crean.


¿Alguna vez habéis dicho: que se pare el mundo, que me bajo?

Yo también, pero en esa ocasión el mundo se paró, vaya si se paró… muchos nos tuvimos que quedar en casa encerrados; la pandemia había llegado a nuestras vidas. Al principio no sabia muy bien qué hacer; el miedo y la incertidumbre nos invadió y así me encontraba yo en casa, en un piso que no era aún demasiado amigo mío, junto con mi gato, mi cámara “mi compañera de viajes” y una biblioteca llena de libros de fotografía que había ido haciendo crecer poco a poco. Unos libros que llevaban tiempo esperándome, pacientemente, a que tuviera tiempo para prestarles atención.

Justo ahora eso era lo que más teníamos, tiempo! Parecía el momento perfecto para releerlos y revisarlos tranquilamente; un salón que comenzó estando tan vacío, fue llenándose poco a poco de  ideas, de imágenes, fotografías …

Estábamos a finales de marzo y vino a mi cabeza una fotografía de Cartier Bresson; había algo en ella que siempre me había cautivado, era una imagen sencilla de una mujer recostada en un sofá con las piernas estiradas leyendo un libro. No se si fue porque yo también estaba en una posición similar, pero de repente tuve muchas ganas de hacer aquella imagen; espere al día siguiente y cuando la luz de la mañana entro en mi ventana puse el trípode con la cámara frente a mí, me recosté en el sofá como en aquella fotografía, cogí un libro y disparé.

Sin saberlo, aquella sería la primera de una larga serie de unos 150 autorretratos entre homenajes a mis fotógrafos de cabecera y autorretratos mas personales que se irían sucediendo. Aquí nacería un “diario visual” que subiría a las redes cada día con el hashtag #unarubiaencasa, seria mi pequeña ventana de conexión con el mundo exterior; parecía el momento de hacer algo distinto con la cámara, yo que siempre había fotografiado las calles, las gentes…ahora por primera vez estaría a los dos lados de la cámara: delante y detrás de ella. Una noche me convertí en Marilyn y mi dormitorio se transformo en un improvisado plató donde homenajearía a Bert Stern en su última sesión con Marilyn Monroe. Fue como una fiesta de disfraces de cuando éramos pequeños; rescaté mi peluca blanca de los chinos, ropas negras….posé como en aquella sesión y disparé.

10 de abril. Seguimos encerrados. La sensación de soledad y la añoranza crecían, acababa de pasar mi cumpleaños, esta vez lo celebré sola por primera vez …. extrañaba tanto los abrazos, esos que tanto me reconfortaban… Sentí que también debía de retratarlo, así que puse la cámara apuntando mi espalda desnuda, abracé mi cuello y disparé… Ese sentimiento quedaría también guardado en mi diario. Así fueron pasando muchas ideas y sensaciones, anhelos, que se convertirían en fotografías donde dejar un recuerdo de lo que estaba viviendo.

Los homenajes a mis fotógrafos de cabecera fueron dejando paso, poco a poco, a trabajos de autorretratos mas personales a pesar del miedo, la vergüenza, los complejos… Estaba en casa a salvo, mi cuerpo se fue convirtiendo en un lienzo sobre el que contar mis propias historias. Estábamos en mayo y el insomnio había venido para quedarse; eran las cuatro de la mañana como tantas noches… no conseguía conciliar el sueño y sentí que eso también debía que quedar en el diario; lleve la cámara a la habitación y la puse junto a la cama con la única luz de la mesilla de noche, tumbada sobre la cámara de espadas estire el brazo hacia el objetivo como queriendo atrapar el sueño que se había marchado.

Llego finales de mes, y en las noticias decían que por fin podríamos salir a la calle, me sentía como un pájaro encerrado en una jaula aunque mi casa poco a poco se había ido haciendo más amiga mía. Pensé en los pájaros que escuchaba en mi balcón; sus cantos me habían acompañado todo este tiempo, nunca los había escuchado con tanta claridad; entonces, me vino a la cabeza la imagen de un ala de pájaro y decidí fotografiarla, junto con ella crearía otra, de mis piernas elevadas hacia el cielo; este sería un díptico que representaría esa ansiada  libertad que pronto tendríamos, las ganas de volar, de salir a la calle, de volver a ver a mi gente, de sentirles cerca, de abrazarles. Creí que los autorretratos terminarían con el fin del confinamiento, pero me había acostumbrado a una nueva rutina fotográfica, un nuevo lenguaje había nacido para mí y no podía dejarlo ahora. Los autorretratos continuaron de manera más pausada en forma de cuaderno de bitácora; siguieron brotando imágenes a lo largo de todo ese año y el siguiente.

El último retrato lo hice este mes de febrero; de nuevo tuve que encerrarme en casa esta vez por contagio de covid; por suerte no fue grave, pero las migrañas me acompañaron durante una semana. Quise dejar retratado cada día; esa sensación que me invalidaba…Puse mi cámara frente a mi, tapé la cara con mis manos y sobre mi cabeza coloqué una rama como si de un rayo que atravesaba mi cráneo se tratara…y disparé… Nunca he sabido como explicar la sensación de una migraña, pero esta imagen parecía acercarse. Un encierro que comenzó con la pandemia, sin salir de casa, terminaría convirtiéndose en un viaje liberador, un proceso de autoconocimiento donde conseguí descubrir las mujeres que habitan en mí; un viaje que despertó mi creatividad sin más compañía que mi cámara“ mi compañera de viajes” y mi propio cuerpo.


ELENA PLAZA
Fotógrafa

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