Clausura de honor para Ellas Crean anoche, con la actuación de la pianista y cantante de Chicago

Una sesión de verdadero atractivo encantatorio, de las que cuelgan por derecho el cartel de “no hay entradas”. Patricia Barber, en su regreso a Madrid, cantó y tocó el piano con la majestuosidad de las mejores. Y sus dos acompañantes en la sección rítmica embelesaron con una fórmula que, unas veces, extraía esencias de la alacena del cancionismo más intemporal y, otras, de un jazz de cuño inequívocamente avanzado.

Patricia Barber ha llegado al punto de madurez exacto; ése en el que se desdeñan los juegos de artificio y es el estilo personal el que fluye libremente. Con tan austeros elementos, volvió la artista a estrenarnos sensibilidad.

 

Dicción y persuasión: valores máximos

No cuenta con una voz de amplia tesitura, pero sus poderes están en la dicción, la persuasión, la sabia opción que ejercita en cada instante. Hizo arrancar su concierto de manera directa con un repertorio que, desde 2009, anda recogido en varios volúmenes grabados en directo en el Green Mill Jazz Club, de Chicago. Música cuya sensible y poética estructura melódica pone a prueba las capacidades de sus dos acompañantes.

Del contrabajo se ocupaba, con seguridad y mucho celo, Patrick Mulcahy; de la batería Nate Friedman, un técnico para el que quedaba reservado el trabajo ornamental y el trazo fino. Su labor, tanto en los tramos alborotados como en los recogidos, lució anclada en lo tangible, haciendo del jazz cosa del presente y no mera repetición de esquemas trascendidos.

 

Lluvia de clásicos

Y llegaron estándares de la memoria como «In your own sweet way», de Dave Brubeck, o «I could have danced all night, de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe, y a todos pasmó Patricia con un tratamiento exquisitamente intimista y una voz breve, de contralto, siempre en perfecta conciliación con las notas escogidas al piano. Hubo espacio aún para su propio catálogo, «Touch of trash» y «You gotta go home», y todo ello interpretado con la maestría técnica precisa, aunque sin amaneramiento academicista alguno; como algo que brota de la realidad del presente, aun despegando de la tradición de un jazz moderno que ya cuenta con sesenta años de historia. Y es solo Patricia Barber quien puede enunciar «The mom» con un piano preparado, y enlazarlo con «Groovin’ high», de Dizzy Gillespie.

Cuando, en el final, entonó «Light my fire», aquel clásico de The Doors, en la oscuridad de Conde Duque se encendieron todas las pupilas del auditorio. No ha podido elegirse mejor propuesta que este concierto para clausurar la extensa programación de la presente edición de Ellas Crean. Hubo emoción a cada instante. Y máxima.

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