Un escenario con zapatos sin dueño y fruta fresca esparcida, la muerte y la vida, mudos testigos de las eternas preguntas que asaltan al ser humano en situaciones extremas y que solo el teatro permite sublimar. Zapatos de niños, de mujeres, de hombres… No hay nada más desolador y que indique de manera más clara una tragedia que los zapatos sin dueño. Estamos acostumbrados a verlos en las noticias, después de los atentados… Son testigos mudos del terror que nos sacude cada día. Niños cargados como fardos, maletas y bolsas en las que cabe toda una vida son empujados a ese tren que recorre una Europa que se desintegra, pero que continúa siendo símbolo de un futuro de prosperidad para aquellos que huyen de la miseria.

Es nuestra Europa y son nuestros refugiados. De ello trata Pasaje Nocturno, de la joven directora y dramaturga Astrid Menasanch. De la esperanza, de la piedad, de la indiferencia, del coraje. Pasaje Nocturno es  fruto de una experiencia real vivida en Macedonia. Una obra que nos golpea dentro, porque en ese tren, en el que conviven separados por un cristal, los refugiados y los que no lo son, viajamos todos. Las distintas lenguas, el silencio como elemento dramático, la desnudez de unos diálogos que unas veces describen imágenes desoladoras, como las manos que empujan a un niño, las manos que le retienen.. y otras, deliberadamente escapan del horror llevándonos a la frialdad de la cotidianeidad, nos sumergen en una sola noche, en un tren, en el drama de los refugiados. En el drama que viven diariamente hombres, mujeres y niños en todo el mundo.

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