El término cónclave proviene del latín y significa bajo llave, o cerrado bajo llave, dadas las condiciones de reclusión y aislamiento del mundo exterior en que habría de desarrollarse una elección. A pesar de lo ajustado de su definición para trasladarlo al entorno de la mujer, vamos a dejar a un lado esta significación y la significación papista, para quedarnos con la etimología y recordar que cónclave es una reunión de personas para tratar algún asunto importante.

Y eso es exactamente lo que ocurrió el martes en Conde Duque en uno de los fundamentales debates propuestos. Mujeres y Cultura. Pongo ambas con caja alta, es decir, mayúsculas. Y allí, las Penélopes que atribuían vida a las distintas disciplinas artísticas se reunieron para airear con abanicos e incandescencia una gélida realidad de datos que más que roja era azul. Hubo, a pesar de datos desequilibrados, un equilibrado abanico para cada disciplina. Un abanico para el cine, otro para el teatro, otro para la danza, la literatura, la música… Un grupo de mujeres que ventearon ayer con sus abanicos ideas y datos. Abanicos que se erigían tras unas mentes analíticas de mujer que nos dieron la esperanza y el orgullo de ser mujer y aliada.

Hay un lenguaje gestal en los abanicos, pero ese lenguaje que viene de antiguo y por tanto con tintes machistas de señoritas dialogando con hombres a través de este instrumento -elemento propio de rituales sociales-, hoy en día va más allá y simboliza otra mirada que la completa, la mirada de la mujer que mira, no la de la portadora. Ahí está el cambio de mirada, la amplitud de miras, la incorporación (recordemos el homenaje a los Goya en la edición de este año con ese mar de abanicos tiñendo el escenario de peces rojos y uniendo fuerzas).

Pero en esta historia nada nueva, una se pregunta ¿quién abanica a quién? Es el abanico cuya oración, hoy hashtag, reza #MÁSMUJERES, el que airea a la mujer?, ¿o es la mujer la que con su movimiento, siempre hacia adelante, es la que abanica al propio abano y su progreso? Algo así ocurre con esos dos verbos enfrentados que tan bien conocía Penélope, tejer y destejer.

De todos es sabido que Penélope tejía de día un sudario para Laertes y lo destejía de noche para evitar casarse con futuros pretendientes. Quizá en un tiempo homérico este tejer-destejer, estos verbos contrariados, hubieran simbolizado fidelidad, lealtad o sumisión al esposo ausente que se fue a una guerra de ideales y hombres… Pero si profundizamos tan solo unos metros más al fondo, vemos que siquiera llegaba en aquella época a simbolizar ese tipismo de interpretación patriarcal, o ese estereotipo de sumisión, de dependencia o de sacrificio. No, esa no es nuestra Odisea, ni la de hoy, ni tampoco la de ayer, porque en esta Troya de hoy y de ayer, ese tejer y destejer siempre ha sido un bellísimo símil para sacar a la superficie la desigualdad de género, sí, pero también el poder que tiene de decisión la mujer, el poder de la mujer en toda su extensión, decidiendo en todo momento con quién casarme o con quién no, qué defender o qué es indefendible, qué brecha coser y cuál no. Todo se acata entonces desde ahí. Desde esas mujeres abanicadas que tejen y destejen sus propios sueños pero desde la incorporación. El tejido del tiempo no deja de darnos la razón.

Pero lo que está claro es que no se puede realizar una lectura profunda de ninguna Odisea ni de ningún retorno de Ulises, si no es a través del imaginario femenino del olvido y del recuerdo. De hecho la primera presencia femenina en el primer verso es Mnemosyne, la memoria. Curioso que sea la memoria el hilo primero del que se tira. Ahí es donde todos somos supervivientes porque recordamos y somos recordados. Recordar supone la posibilidad del regreso. He ahí la brecha de las mujeres, no solo en el arte sino en la vida misma, que si no nos mencionan, si no nos nombran, si no nos tienen en cuenta, si no nos premian, no existimos, y si no existimos jamás nos recordarán ni podremos recordar a otras ya que no sobreviviremos. Recordad: recordar supone la posibilidad del regreso.

Tejer y destejer es intencionadamente la metáfora propuesta por el ciego Homero que veía como nadie. La progresión del tejido es la misma progresión del tiempo, pero lo que se teje es, en este caso, la conclusión del tiempo, el eterno retorno. Destejer, deshacer lo hecho, es establecer exactamente la dirección contraria, la negación del tiempo y de su destrucción.

Es cierto que solo a través de los opuestos es posible el movimiento. Los opuestos son precisamente los que hacen que aparezca el conflicto, el pulso, ya que son puro antagonismo. Lo bueno de esto es que el conflicto genera progreso, y lo que genera progreso genera movimiento. No podemos olvidar que es a través del movimiento y la acción por la que el hombre, en este caso la mujer, es capaz de dar un paso hacia delante. De ahí que quizá sea la mujer la  que, con su movimiento, mueva el abanico, y no al revés. Porque el movimiento se demuestra andando y ya se han dado pasos. Claro que se han dado pasos, pasos agigantados. Y puede también que las mujeres aún no hayamos conseguido la paridad ansiada, pero lo que sí nos llevamos por delante es el poder de decisión y la defensión de un ambiente cultural donde prima lo desigual y lo patriarcal.

Habría que exorcizar a la sociedad, ese Yo colectivo que cree en una Penélope sumisa y supeditada al varón, mentalidad patriarcal que nos incita a ejecutar patrones o inercias que nos llegan desde aquella Troya equivocada. Para mí, aunarnos en esta cruzada nueva tan antigua, es el resultado de una filosofía antigua de vida que nos viene a decir algo así como “para ser grande no excluyas nada”. Espejo este en el que se ha de mirar el varón.

Esta tendencia programada genéticamente que rechaza en general la idea de las mujeres a apartarse de la política y de los puestos de trabajo activos o ejecutiva. Aquí convendría detenerse en el concepto de poder tan acertado que tiene Foucault.

Acotemos después de definir estas Penélopes contemporáneas la palabra asociación. Asociación como ese grupo voluntario o unión o grupo de individuos que acuerdan reunirse voluntariamente para formar un cuerpo o lograr un propósito. Y así nos asociamos ayer con estas representantes de importantes proyectos asociativos. Una mesa donde se expusieron datos, se hizo un balance de la situación y se debatió sobre las brechas con un solo denominador común, la mujer en el arte y las decisiones colaterales de los varones que están en poder de cambiar hábitos.

Todos sabemos que jurados de premios, consejos ejecutivos, puestos de dirección y un largo etcétera que deriva de estas ramas, están ya preestablecidos desde un criterio donde el hombre impera y la mayor parte de las veces por una mentalidad que sigue concibiendo a aquella Penélope primera como sumisa, enlutada, leal, dependiente, y por tanto discriminada, arrinconada en algún lugar llorando la no vuelta de su marido y abanicándose para enviar un mensaje de rechazo a algún pretendiente. Ese y no otro es el hábito que hay que cambiar.

Pero ayer, cerca ya del 8 de marzo, día de la mujer, fueron cinco las que nos representaron a todas. Cinco mujeres. Cinco sentidos. Cinco Penélopes modernas que saben que aquella Penélope afligida y pensativa de ayer es la Penélope introspectiva, analítica y activa de hoy rigiendo nuestros destinos. Unas Penélopes que nunca cortarán el hilo por el que discurre su discurso.

Participaron en esta mesa de abanicos los abanicos de Vanesa Cejudo, (Mujeres en las Artes Visuales), Pilar Pastor Eixarch (Asociación Clásicas y Modernas), Virginia Yagüe (Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales), Cachito Noguera (Liga de Mujeres Profesionales del Teatro). Moderadora: Concha Hernández, directora de Ellas Crean.

 

Nuria Ruiz de Viñaspre

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