Transoceanica Carmen Larraz

Los cuatro puntos cardinales son tres, norte y sur

Vicente Huidobro.


Trans… Prefijo de origen latino que significa detrás deal otro lado de o a través de. Y ahí estamos, yendo de un lado a otro, de la vida a la muerte, atravesándonos y atravesando el paisaje. Pero todo ese lado humano contrastado y contrarrestado con la naturaleza. Un paisaje sonoro. Transoceánico como concepto de ese viaje que atraviesa de parte a parte un océano interior. El viaje interoceánico de una mujer flecha atravesando su propio océano. Un viaje interior en el que va superando embates y derrumbes. Un camino que realizan juntos músico y bailarina y que bien podría iniciarse en una ruptura interna, un viaje hacia el abismo, hasta saltar al otro lado del océano, donde nos espera la esperanza. Ser naufragio en alta mar y ser timón. Construyendo de cabo a rabo un nuevo canal sin muros interiores ni esclusas. Unir con puntos Atlántico con Índico y en el camino ser Pacífico.

Transoceánica nos pone a ras del suelo a dialogar con la transformación que el ser humano está generando en la naturaleza, y cómo la incidencia con ella afecta también a nuestra vida. El efectivo boomerang. El quid pro quo que devuelve la naturaleza. El feedback. Estamos pues ante una pieza llena de texturas. Una pieza en un teatro al aire libre. El eterno retorno empujado por la música electrónica que electriza como una culebra el cuerpo de la bailarina Carmen Larraz. Es fácil imaginar su suelo en otro paisaje, un paisaje más desértico de baldosas agrietadas, como se agrieta y se erosiona la psique humana en el centro de esa plaza. Metafórico trabajo para hablarnos al momento de nuestra mente solitaria.

Todos tenemos nuestras grietas. Y todo nuestro suelo se abre a nuestros pies. Así, la naturaleza, espejo agrietado. Pero en Transoceáncia se van buscando rendijas por donde colar la emoción más líquida. El cuerpo de Larraz es la grieta en sí misma y a través de su canalización en ese suelo agrietado por la erosión se escucha el nacimiento de un grillo.

La música en directo es un acierto. Los ritmos son los propios elementos de la naturaleza en estado puro. Sin intervenir. Viento, agua, tierra y fuego se dan la mano con la mancha vertical que ocupa el ser humano en la horizontalidad del paisaje. Todo en el cuerpo de Larraz, ya que en ese cuerpo se congregan todos los cuerpos. Y es que todo viaje interior de todos nosotros ante cualquier adversidad está directamente relacionado con la naturaleza. Somos parte de la naturaleza. Una prolongación de ella, pero solo somos conscientes de ello cuando algún algoritmo catastrófico nos arranca de nuestro adormecimiento cotidiano. De la misma manera que la flor se regenera en un desierto sin agua, así nos nosotros y nuestras emociones. Renacemos como un Sísifo eterno. Nos caemos y nos levantamos en un bucle sin fin de caerse y levantarse.

El extremado equilibrio femenino de Arraz en esta pieza, la forma en la que reencarna su cuerpo, en una flecha llena de dirección, un cuerpo alineado perfectamente a la naturaleza con sus brazos dardo, es espectacular. Hay algo magnético en ella, algo muy energético que te lleva de golpe a los afueras.

La música retumba y corta los movimientos de la bailarina, convirtiéndola en una hoja de cuchilla que sesga al propio viento. Junco anclado a tierra por un solo radio.

El dominio que tiene de la velocidad, la desvelocidad de su propio cuerpo y de los embates de la mente, nos resitúa como ya otros dirigiendo la mirada a la naturaleza.

Los brazos de Arraz son flechas que dirigen con exactitud científica su trayectoria, como la cola del león dirige la dirección de su rápido giro en la sabana. Todo un pulso con su propio peso ingrávido. Un ejercicio muy consecuente desde algo tan físico como la gravedad, sobre todo cuando la clave es no tocar el suelo, aun cuando la gravedad la tumba…

Cuando el ser humano mira hacia el pasado, ese mismo pasado lo tira a tierra. EL pasado nunca se rinde mientras el vientre de la tierra la tira. Como el feto indeterminado que no toca tierra en el espacio.

Renace de nuevo la música. Un impacto de balas de tambor maneja el horizonte. Son los sonidos de la naturaleza. Sabemos que la percusión del tambor es el sonido de la Madre Tierra. Instrumento femenino cuya forma evoca el circulo de la tierra y el útero,

Sabemos también que tocar el tambor hacer desaparecer las restricciones del intelecto y despierta la conciencia del mundo interior, recordemos que este instrumento invoca las energías creativas y es todo un nexo con el mundo interior. El pulso de la vida. La danza sincopada. Toda una terapia ese momento musical para liberar y movernos de otro modo a través de las emociones fuertes.

Caen bombas de colores y desmantelan todo lo vertical, pero ella resurge como un ave fénix y se aparta la tierra que la tapa tras la música que la entierra. Pareciera ese salmón de río que remonta una y otra vez. El exorcismo de un pájaro sin alas herido en las alturas que lucha con la verticalidad del mundo. Una nómada soltada al mundo de la civilización donde el agua es el origen de la psique.

La música es la guía y ella un reloj tumbado que gira bajo un tambor tribal. El director de orquesta la mueve y la remueve. Y con un leve gesto de su mano lanza su pájaro herido ya curado al viento. La música es el hilo. La cuerda que tira y afloja la emoción primera humana.

La inyección de vida al movimiento. Ella busca La verticalidad desde tu tumbado cuerpo y se convierte en la hélice de un avión sin rumbo. Un perfil aerodinámico giratorio cuyos brazos son una infinidad de palas implantadas en el soporte que es su cuerpo. Larraz es el ángulo que forman la velocidad relativa del aire y el propio giro de su hélice. Su cabeza es la palanca que le dice cuándo girar, caer, retroceder o avanzar. La turbina del transatlántico. El motor de la nube. Mil maneras de conocerse y de descubrir nuevas formas para relacionarnos con la soledad actual tan ausente de naturaleza.

Danza y música en directo que revierte lo éxtimo a lo íntimo. Respiran a un tiempo. Van de la mano hacia un futuro. Otro futuro. Estamos ante la espontaneidad de la naturaleza.


Por Nuria Ruiz de Viñaspre

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