Serenity Suite | Matxalen Bilbao

¡Sí, para muy poco tiempo!
mas, como cada minuto
puede ser mi eternidad,
¡qué poco tiempo más único!

J.R J.


El tempo como término musical es el movimiento o aire que hace referencia a la velocidad con la que debe ejecutarse una pieza musical. Palabra italiana que literalmente significa tiempo. Y eso plantea Serenity Suite, una pieza que va a la misma velocidad que la serenidad y donde los tiempos se toman el pulso. Es decir, se ralentizan. Fotogramas a cámara lenta, la vida desveloz avanzando en cada paso de baile. La cámara lenta del tiempo a destiempo. Un ralentí, como si fuera un slow motion, como ese precioso efecto visual que nos permite ralentizar artificialmente una acción con el fin de aumentar el impacto emocional.

Un pasillo de casi 30 años separan a Natalia García de Matxalen Bilbao, que es lo mismo que decir que la longitud de ese pasillo es de 10.950 días, o aún mejor, de 262.800 horas, o de 15.768.000 minutos, y descuartizando al propio minuto, 946.080.000 segundos vividos más en una que en otra. Y aún así, en el lenguaje de la expresión corporal, todas estas cifras dentro de una esfera dancística se nivelan. Y es que mientras la más joven hace un salto en el tiempo hasta envejecer, la otra deshace ese mismo salto hasta el pasado. Entre medias se retroalimentan. Bailar. Saltar hasta envejecer, durar hasta no poder más, hasta mucho después. Sin decir nada, estoy de pie. Imprecisa, inexacta, pero de pie. Acá, entre los otros y entre las cosas, está mi cuerpo. Acá estoy (Adriana Barenstein). ¿Hasta dónde puede tensarse un cuerpo a lo largo de los años? He ahí danzando la pregunta incontestable. He aquí dos cuerpos. Dos cuerpos en constante roce. Dos cuerpos que no se sueltan porque explotarían todos los números.

Y es que, en un aire sin tiempo ambas se juntan. Porque el aire no entiende de tiempo ni de espacio. Lo aéreo es lo real. Y aquí ambas parecen carecer de gravedad. El paso del tiempo en ellas es eso, ingrávido. Ingrávido lo que el tiempo ha hecho en cada una de ellas. No es relevante. Lo relevante es el eje del radio en el que se juntan, allá donde comparten sabiduría y serenidad. Además, partiendo de diversas tradiciones filosóficas, puede que el tiempo sea una creación de la mente. Espacio y tiempo una ilusión, donde todo existe en el momento presente. Un pensamiento muy budista. De hecho, uno de los tantras de su tradición ninguna mantiene que La conciencia de la mente se despliega como el tiempo, donde el tiempo puede ocurrir bien como un instante o como millones y millones de eones.

En este baile de a dos, y desde una mirada lúdica, Natalia y Matxalen buscan un espacio en común, una hectárea habitable para hablar del tiempo, de sus tiempos y sus contradicciones. Para apoyarse mutuamente y rellenar sus huecos. En definitiva, de cómo gestionar lo conceptual. Qué tratamiento darle a algo que no existe, pero desde la transmisión, a pesar de que la danza es una expresión predominantemente visual témporo-espacial…

Serenity Suite es un aprendizaje que gira en torno a lo generacional. Una propuesta para impugnar que el cuerpo del bailarín prima sobre todas las cosas. Prima el movimiento, el cual no se puede describir con palabras ni meterlo en una esfera temporal. Aquí prima el cuerpo de las bailarinas, pero también el intangible cuerpo del alma y el cuerpo de la mente. Todo un acto de conciliación. Ya que es precisamente en la danza donde puede percibirse el tiempo extremadamente veloz o extremadamente lento. No es un tiempo lineal ni tampoco circular, sino un tiempo que se rebate a sí mismo. Un solo y único momento único e irrepetible. Así esta propuesta es serena y es efímera. Instantánea e irrepetible en el transcurrir del tiempo. Ellas son las poetas del cuerpo, y el lied Serenate de Franz Schubert, acompaña también serenamente a este Serenity Suite.

El paso del tiempo. El peso del tiempo. Lo que hace el tiempo en nosotros. Lo que hace algo que no existe en nosotros. La edad es un prejuicio. Es egoísta. La danza es generosa. En ella danza el cuerpo con la mente. A pesar de esto, el arte nos hace conscientes del paso del tiempo, nosotros pasamos, él permanece. El arte como esa búsqueda constante de respuestas a preguntas que van cambiando, el arte como ese espacio que el ser humano necesita para expresarse, para comunicarse con los demás, para tocarse y reconocerse, para dar forma a la creatividad y a los sentimientos. Arte hacia dentro de uno mismo o hacia al exterior, como manifestación abierta y social o como mirada más íntima al universo del artista. Comunicar, contar, reflexionar y sentir.

Buscamos la belleza ante el tiempo y la inmortalidad, pero ¿cuántos dentro de la sociedad manifestamos un acoso a lo indescifrable del tiempo? El ansia que existe de que el tiempo se consuma velozmente para acercarnos a un Todo…

Conflictivo tiempo. Ya lo decía Góngora. El tiempo rompe el hierro, y gasta los marfiles…, que el tiempo lame, roe y pule y mancha y muerde; socava el alto muro, la piedra agujerea. Qué belleza que el instante quede sustraído al tiempo…

A estas dos bailarinas no las existe el tiempo, las existe la danza. Ellas son dos hélices llenas de fuerza, de una única fuerza motora. El contacto con el otro cuerpo las existe. Un cuerpo igual al otro. Más espontáneo uno, más sabio otro. Idénticos cuerpos mudos que gritan sin voz y se comparten. Danzo, luego existo. Un espejo dentro de otro espejo en el que reflejarse ambas. Diálogo generacional en un baile casi simétrico. Y donde la una es báculo de la otra y la otra es báculo de la una. Nos levantamos. Seguimos. Y no. Avanzamos. Caminamos. Avanzamos y no caminamos. Corremos. Avanzamos. Seguimos

El movimiento, el cuerpo, su singularidad, la relación con los demás “el entre” y la organización espaciotemporal. Sus obras ofrecen al espectador fragilidad y fuerza, seguridad y vulnerabilidad, intimidad y osadía. Abstracción cargada de humanidad, un juego de lógicas y retos con los que ofrecer el acceso.

La respuesta a todo esto en boca de Saramago: ¿Qué cuántos años tengo? ¡Qué importa eso! ¡Tengo la edad que quiero y siento!


Por Nuria Ruiz de Viñaspre

 

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