Mallorca es una isla, y toda isla es una masa terrestre rodeada completamente de otra masa de agua. De agua de mar. Y eso es lo que se olió ayer en Flying Pigs de Eulàlia Bergadà. El mar y la cultura mediterránea siempre ha estado ahí, y ahí sigue, por los siglos de los siglos.

Hay grandes patas que sostienen Flying Pigs: la tradición (con canciones medievales) llevada al extremo de la modernidad (con canciones modernas), la iconografía cristiana y también pagana, la matanza del cerdo como nexo de unión social y el significado de ese medieval Canto de la Sibila.

La contemporaneidad respetando la tradición es un grado en este hoy donde una nueva cultura entierra a otra. En Flying Pigs este respeto por los ancestros, este rumor del pasado se palpa en unos preciosos cuerpos de cerdos voladores que a través de tradiciones populares mallorquinas, cantos gregorianos y bailes y fiestas más modernas danzan mezclando modernidad con tradición en un mismo espacio y en un mismo tiempo. A veces proponen hasta divertidos bailes donde los movimientos alineados y alienados respetan el símbolo dibujado en el suelo que bien podrían ser las venas de la propia tierra, la tradición, las raíces. De este modo, como si estuviéramos asistiendo a un acto de gimnasia artística, los gimnastas acróbatas se mueven como graciosos cerdos voladores sobre esa barra de equilibrio que equilibra precisamente esto, lo antiguo con lo moderno, y siempre sobre otra tierra prometida. Así se entremezcla lo moderno de Freddy Mercury con su I want to break free

 

I want to break free

I want to break free

I want to break free from your lies

You’re so self satisfied I don’t need you

I’ve got to break free

God knows, God knows I want to break free

 

o con la estadounidense Britney Spears y su Oops!”…  I did it again

 

Oops, I did it again

I played with your heart, got lost in the game

Oh baby, baby

Oops, you think I’m in love

That I’m sent from above

I’m not that innocent

 

Y digo tierra prometida porque aquí también hay mucha iconografía y representaciones pictóricas. Sobre este escenario, o más exactamente, damero en el que fichas negras y blancas se mueven dentro de la tradición… sobre este escenario, digo, que parece un críptico caligrama pero que bien podría ser un crismón o cristograma, primer símbolo utilizado por los cristianos (como ya hemos dicho Flying Pigs está lleno de iconografías religiosas aunque también paganas), los bailarines, a través de una de las prácticas más antiguas como la matanza del cerdo, nos educan la mirada para emocionarnos con una cultura ancestral que los jovencísimos artistas no quieren olvidar y no quieren que olvidemos. Sabemos que la matanza del cerdo en Mallorca –y no solo en Mallorca- es un rito que forma parte de la cultura y la identidad del lugar y que encierra con un elevado componente social y festivo. Esto se traduce en unión.

Sabemos también que para toda buena condimentación del cerdo se necesitan grandes cantidades de pimentón. Pimentón dulce de color rojo-sangre y pimentón picante. De ahí que el suelo, ordenado mar de pimentón que dibujaba ese crismón de “X” como simbología y con una potente fuerza visual, consigue esparcirse por los cuerpos de los danzantes dejando el ya desordenado mar más cromático. El ritual familiar de las matanzas es una de las tradiciones que menos ha evolucionado. Está claro que inicialmente estas prácticas eran imprescindibles porque daban alimento a las familias para largo tiempo. Pero también hay que incidir en el carácter más social que encierran. Asistir a una matanza supone un encuentro familiar que permite humanizarse a través del sacrificio de un animal. He aquí el  oxímoron.

El gesto de las manos expandiendo las orejas de los bailarines nos llevaban también a la imagen de esos cerdos voladores ya en libertad pero respetando el carácter social y familiar que encierra la matanza de este animal en esas tierras de jabalíes. Tras ello, los ya restos sin vida de estos animales voladores se cuelgan en perchas bailando hasta el momento de ser degustados. Así, el escenario, lleno de color, textura y sabor son las fuerzas que nos llevaron al Mediterráneo.

En cuanto al alto grado de símbolos iconográficos, el espectáculo estaba repleto de ellos.  Recordemos que ya en la Capilla Sixtina, que aquí se representa en varias ocasiones, San Andrés sostiene una cruz en forma de «X», ya mencionada anteriormente, no es sino el símbolo de su propio martirio, o incluso el martirio del animal sacrificado.

Las manos en Flying Pigs son un elemento también muy importante que nos elevan hasta alcanzar la belleza, por ejemplo de algunas imágenes representadas en la Capilla Sixtina.

 

“Toda revelación será para nosotros como palabras de un libro sellado”. [Isaías 29-11]

 

Los dos dedos alzados, que significan las dos naturalezas de Cristo, humana y divina, y los otros tres doblados, que indican la Trinidad, se ven en el escenario. Estos dos dedos, índice y medio juntos en varios momentos de la representación, configuran el cuadro de la dualidad de Jesús, siendo hombre y también Dios. Así, el Niño-danzante, los Niños-danzantes, de un blanco incólume, con su manos levantadas, bendicen al mundo a la manera oriental, casi a modo de un Pantócrator.

Imágenes icónicas que forman los bailarines, cuadros pictóricos que dibujan con la humanidad que hay en el cuerpo, como la de Cristo atado a una columna, que se ve en un momento de la representación, formada como un trío de Cristos con las manos lanzadas a la columna de sus caderas, o esa mano que bendice, ya nos subrayan más misterio. La Trinidad.

Pero siguen los bailes, la fiesta, la tradición en unos cuerpos sin huesos, y con columnas vertebrales que son las sombras de aquellas líneas dibujadas en el suelo. Línea horizontal que en el cuerpo coge verticalidad. Siguen también las matanzas, el modo de apilar cerdos, de sacrificarlos, sacrificio que es celebración. Matarifes ataviados de blanco que antes eran ángeles que bendecían. Ángeles o demonios, cuerpos que forman una cruz con alas pero siempre con las alas en el pecho, no a la espalda. Cerdos voladores en la carrera de la vida.

Por otro lado, hay un momento inicial que es soberbio, donde sus voces a capella y bajo un toque de violín que se arrastra por el fango de ese pimentón que es sangre seca que secará otra sangre, se descubre el Canto de la Sibila, drama litúrgico casi gregoriano y de raíces  mallorquinas. La Sibila. Aquella diosa que tenía el don de la profecía y que en este canto apocalíptico vaticina el Juicio Final. Otro gran cuadro pictórico pero lleno de guiños modernos que nos resitúan en el hoy pero llevando el pasado entre las sienes.

Las voces cantan con túnicas blancas, la procesión lleva en volandas a un Cristo volador mientras otros trazan una cruz al aire profetizando el fin de un todo. Es el anuncio del Juicio Final donde la Sibila expande su mensaje apocalíptico y vaticina los horrores del día del juicio donde se castiga al malvado y se bonifica al bondadoso. Ella porta una espada que aquí bien podría ser violín, o bien escopeta disfrazada de violín con la que trazará una cruz ante todos los allí presentes para silenciosamente retirarse.

 

Al jorn del judici

Parrá qui haurá fet servici

 

Al día del juicio

parecerá quien haya hecho servicio

 

Desde un escenario –territorio que ya de por sí confunde- y que por sí solo ya es un universo onírico y muy poético, la compañía parte de la catarsis, nos hace pasar por el caos para finalmente alcanzar la belleza de lo efimero. La efímera belleza. Y es que todo es efímero, la vida del cerdo, el pimentón en el suelo, nosotros, todo lo es menos la tradición. Eso siempre permanece por los siglos de los siglos. Avanzar y retroceder para avanzar, siempre de puntillas, como caminan los cerdos voladores camino del matadero. Desorientados para orientarse. Conseguir y renunciar… Los senderos de Sísifo.

Blanco, negro y rojo. Ángeles, demonios y sangre. El cuerpo se libera.  El cuerpo del cerdo también se libera. Es éter. Todo es éter. Los colores y las cosas. Todo es liberador. Transformador.

Nuria Ruiz de Viñaspre

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