angel | Danza en los museos

Ustedes…
Ustedes a quienes nosotros amamos…
Ustedes no pueden vernos… No pueden oírnos…
Nos imaginan tan lejos y estamos tan cerca…

 El ángel Cassiel

(Tan lejos. Tan cerca. Película de Wim Wenders)


La palabra esgrima procede del verbo esgrimir que significa reparar o proteger. Pero ¿cómo protegerse de uno mismo? ¿Cómo defenderse de ese atacante invisible que todos llevamos dentro? Sabemos que la esgrima es el arte de defensa y ataque con una espada o un florete. He aquí el arte quieto en movimiento donde se tocan sin tocar temas universales que prescinden del espacio y del tiempo porque son espacio y tiempo…

Y es que, este Ángel volador de Avatâra Ayuso pone la mirada en aquel otro surrealista Ángel exterminador de Luis Buñuel, el cual a su vez pone la mirada en el también nombrado Ángel del abismo de la mismísima Biblia (Apocalipsis, 9:11). Y digo Biblia y veo que la pieza que acompaña a este ángel es Just, de David Lang, una pieza que compuso por lo visto tomando como origen unos antiguos textos judíos y con los que él trabajo desde El Cantar de los Cantares. Uno de los más apasionantes y eróticos libros antiguamente escritos.

Y toda ella, eterna, tan lejos pero tan cerca, rondando y rodando por ese enigma incontestable: la condición humana. La de-cadencia humana girando con la cadencia de la esgrima. Un Solo de esgrima que es el ángel invisible buñuelesco y donde Avatâra describe su energía etérea en un guerrero cuyo único contrincante -invisible- es él mismo. Otro ángel invisible. In-tocable. Como si fuera un personaje que nunca aparece en escena, pero siempre en busca de la destreza.

La gorgona Medusa tenía el poder de petrificar a quien la mirara a los ojos y eso parece haber hecho Avatâra con todos nosotros. A través de la máscara hecha malla, de su porte de esgrima, ha esgrimido la mirada de todos nosotros, protegiendo lo improtegible. Protegiéndonos. Solo ella sabe, como ser humano que es, que todos convergemos en grupos sociales que se sustentan bajo inamovibles premisas. Por lo tanto, sabemos cómo salir adelante y también cómo atascarnos justo ahí, en la costumbre, en el muro, hasta que cada cual actúa por separado, como islas dentro de un espacio luchando consigo mismas.

No obstante, esta minuciosa espadachín a veces se me asemejaba a un astronauta bailando en la estratosfera humana recordándonos esa falta de conciencia social y de desunión humana a través curiosamente de sus contrarios, de la conciencia social y la unión humana.

Si en las escenas de El ángel exterminador un grupo de personas encerradas por algo que es inexplicable provoca una serie de condicionantes de gran fuerza, en este otro Ángel enseguida aparece a ras del suelo el hambre de los recursos más básicos para sobrevivir. Y como aquel ángel exterminador, el ángel más a solas de Avatâra hunde sus raíces en su pecho y clava su florete en la fragilidad de las convenciones sociales, tambaleándolas. Ella convierte la espada, a base de geometría y anatomía, en un arma integral que forma parte de su correctísimo cuerpo, de la precisión del baile, y que es capaz de ser maza, pico, pala, escudo, lanza y danza. Un Ángel dentro de otro enclaustramiento inexplicable, al que, bajo la posminimalista música de David Lang, le crecen alas al ángel celestial. Lo sublime de la danza en un pasillo de museo. Pies quietos armados bailando en un museo. Pies venciéndose a sí mismos. Doblegados. Buscándose el pulso en las muñecas.

La esgrima canaliza la agresividad y todo ángel vive desprovisto de ella, de ahí el sumo acierto de plantear esta producción a través de algo tan aéreo y a la vez tan corporal como la esgrima, con toda su estrategia de vida. Un duelo a muerte sobre el escenario. Un duelo con uno mismo que busca lo blanco más cercano. Nosotros. La muerte blanca, pues en espada el blanco es todo el cuerpo. Ella es el blanco válido. Es la bailarina de esgrima la que esgrima su vida, la que con leves toques mortales debilita sus armas y se nos ofrece, tan lejos, pero tan cerca.

Pero ¿por qué los personajes de aquella película de Buñuel no eran capaces de franquear el umbral del salón? ¿por qué los que estaban afuera no podían en entrar en aquel salón? ¿Acaso sus cuerpos blancos estaban heridos de muerte? Es imposible no intentar desentrañar y darle un sentido a la amalgama de sensaciones que ello provoca. Así Avatâra enclaustrada en un cuadrilátero, vive, pervive y sobrevive eternamente en esos márgenes. La esgrima una de las actividades físicas más antiguas, como lo es la condición humana. La finalidad es matar, conservar la vida o ambas a la vez. “La esgrima es como la comunión. Hay que ir a ella en la debida disposición de cuerpo y alma. Contravenir esa ley suprema trae implícito el castigo” (“El maestro de esgrima” de Arturo Pérez Reverte).

Ángel solitario y extremadamente calibrado inspirado en lo invisible de lo blanco donde la fisicidad de los adentros y las afueras son puro movimiento, como aquellos personajes que estaban fuera y dentro de aquella mansión. Sin poder entrar los de afuera y sin poder salir los de dentro. He ahí la lucha, el duelo a muerte sin espacio.

Insisto en esa clara intención de Avatâra en concebir este Solo de Ángel con la pieza de Just, de David Lang (que significa Solo). Y es que no hay nada gratuito en ella. Cuida la estética como cuida la vida y cuida la muerte. Como cuida y acuna la palabra. Ella mide con cartabón lo inmedible la letra de esa canción. De este modo, la pieza de Lang, Just, iba existiendo a la propia Avatâra en el mismo instante en que una palabra nacía. Existía su espada cuando Lang cantaba Sword, tomaba forma su boca cuando Lang decía Mouth, la rigidez de sus manos era otra cuando Lang cantaba Hands, sus dedos otros cuando entraba la palabra Fingers, los ojos con Eyes, la cabeza con Head. Existía su cuello desnucado al sonar Neck, la casa con House las paredes se levantaban a la orden de la palabra Wall, su corazón existía con Heart, y el amor, el amor siempre, el fuerte amor, cuando sonaba Love. Y así, en un ad eternum, hasta que la palabra Name hacía que naciera su nombre. Avatâra. Hasta el nombre que desarrolla la Eva de Ava, parece aquí bien pensado. Avatâra. Cuando sabemos que un avatar es una representación gráfica que se asocia a otro alguien para su identificación. Todo en ella se modelaba a merced de las palabras. Las palabras la existen. Un ajustadísimo acierto elegir la pieza de Just en ese Solo de Ángel.

Soldado raso al ras del suelo que avanza y desavanza por la estancia. Un ángel azul encorsetado que se mueve milimétrico en su cuadrícula rosa y cuyos puños de hojalata quieren acercar al otro a su azulado cuerpo. Su mirada de animal depredado nos estruja el corazón cuando ella se estruja el órgano en busca de un latido. Es la vida mecanizada. Movimientos articulados hasta alcanzar el estrangulamiento del Yo, la motorización del Yo. Un ángel exterminador, Un ángel masturbador. Una Gilda sin corazón ni razón desenroscándose de la vida y lanzando el guante al otro mundo. Hasta que una idea metalizada se le escapa de su cabeza cuando suena de nuevo la palabra Head, y la desparrama por el suelo. Ofrecernos su corazón solitario y frío para calentarlo. Solo así logra pescar con su florete el también invisible pez místico. La esencia de la vida encerrada en un guante.


Por Nuria Ruiz de Viñaspre

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