la voz humana es el instrumento más perfecto
Arvo Pärt

 

Es propio de la naturaleza humana que sea y esté abierta al mundo y a las cosas. En nuestra corporeidad todo es apertura. Las orejas son siempre apertura en nuestra forma humana. Perforadas de coberturas, estas pequeñas depredadas no son como los ojos, perforadores y depredadores que además tienen párpados. O como las manos o la boca que puedes cerrar. Las orejas no tienen paredes ni persianas que tapien o velen lo que viene de fuera. En cambio, las manos que no quieren volar cierran sus alas, los pies que no quieren avanzar se detienen como árboles recién plantados en el centro de algún bosque, la boca que no quiere decir se pliega, los ojos que no quieren mirar bajan el tabique de sus párpados. Pero los oídos siempre están abiertos, alertas. Son nuestras aperturas celestiales.

Tengamos en cuenta que solo el oído viaja unidireccionalmente, o mejor dicho, le viajan. Y esa dirección viene del mundo exterior al mundo de dentro. De un puerto de salida (el mundo con todos sus ruidos) a un único puerto de entrada (el tímpano).

Ayer el escenario del Auditorio se convirtió en una esclusa. Un precioso recinto casi litúrgico por cuyas paredes avanzaban las voces más angelicales nunca escuchadas. Sus cánticos, de distintos niveles, nos llenaban y vaciaban el alma a las puertas. Así subía y bajaba el agua al abrir la compuerta de ese Gran Oído que formaban todos los oídos allí presentes, como esa voz aparecida-voz desaparecida. Deliciosas criaturas antifonales donde una voz dice y otra responde desde distintos ángulos sin llegar a morir nunca. Sosteniéndose la una a la otra -eterna voz que respondes- De ahí que una especie de estereofonía nos tocara el alma y nos quedáramos con esa sensación de inmortalidad acuática.

La composición última con la que Tiburtina Ensamble plegó el escenario nos incluía a todos. Eran voces que acogían. Que incorporaban. El sonido de sus cuerdas vocales colgadas en recodos fue de una riqueza exquisita. Desde ese túnel del tiempo en el que nos plantamos, una hilera de voces entraba y salía sin dejar de avanzarnos el alma al fondo. Eran los pasillos del alma los que estaban atravesando. Pasillos cuyas columnas eran la antesala de la más dulce muerte jamás contada. Ahí sentí que las voces son como amaneceres extraordinarios, y recordé que para Hildegard, el canto y la voz humana en armonía con los coros angélicos se originaron en el paraíso. Una sibila en una esclusa llevada por una mano monódica que repetía secuencias musicales. Como neumas preciosos. Como si con una intuición idílica la una dibujara el cosmos en el espacio con grafías musicales en la palma de la mano mientras la otra hacía sonido.

Hildegard von Bingen, de aspecto débil y enfermizo (de ahí también su pasión por la medicina) acabó siendo una polifacética monja que fue abadesa, física, filósofa, naturalista, compositora, poeta y lingüista del medievo. Ella mantenía que en la voz de Adán estaba toda la suavidad del sonido de la armonía. Sus audaces composiciones, hipnóticas de principio a fin, nos entraban en el tímpano y desde allí recorrían lentamente nuestro cuerpo hasta dar con lo intocable. He aquí el carácter unidireccional del oído. Así quedamos todos, melódicamente hipnotizados y conectados con el espíritu. Fue como una caricia constante a la carne que hay en el oído. Y es que ayer se demostró aquella máxima que mantiene que el alma es sinfónica. Un universo simpatético donde la voz de la luz viva iluminaba la oscuridad. La circunferencia del remedio. Cura para la nostalgia.

El concierto me llevó de golpe pero suavemente al amplio espectro femenino. Hasta los instrumentos que acompañaban a esas 9 mujeres me parecían femeninos, profundamente femeninos y profundamente eróticos. Número por cierto, que coincide con los meses de gestación de la mujer y que mirado desde el prisma místico podría simbolizar idealismo y sabiduría, luz interior (también de alumbramiento), emoción. Si nos remitimos a la Biblio vemos que el 9 es usado 49 veces, que es el cuadrado de 3 y que 3 es el número de la perfección divina, la trinidad. ¿No hay sorpresa o no hay azar en que sean 9 las mujeres que componían el bosque en el que nos introdujeron? Y digo erótico porque recordemos que el cuerpo siempre fue una inquietud recurrente en la relación de Hildegard con la vida, y no solo en sus visiones sino en toda su obra musical. Ella pone cuerpo a la música y es la implosión del éxtasis místico, del erótico y del estético. Su música no deja de recordarnos la carne que hay en el espíritu a la vez que nos relata los gramos de espíritu que hay en la carne. Paradójicamente, Hildegard nos enseña todo lo que de voluptuosidad y corporeidad hay en el misticismo.

Recordemos también que fue la primera mujer en escribir sobre el cuerpo femenino y el orgasmo de las mujeres, así como algunas observaciones sobre la anatomía femenina en la que comparó los órganos sexuales de la mujer con el sistema solar y los planetas. Primera mujer también en asentar que también el sexo femenino sentían placer. Estamos hablando del pensamiento femenino del siglo XI. Innovadora Hildegarda. Ella era de una libertad inesperada. Y es que para la monja había una relación directa entre el alma, el cuerpo, la armonía y sobre todo la voz. El cuerpo es el vestido del alma que tiene la voz más viva.

Alquímica y visionaria, fue tratada a veces como una persona relacionada con lo divino y a veces, erróneamente con el chamanismo. Esta especie de evidentia visionaria, totalmente consciente en la monja, explica cómo se deshizo de las restricciones de la iglesia medieval con las mujeres predicadoras para dedicarse a la filosofía y a la ciencia.

 

Mas las visiones que contemplé, nunca las percibí ni durante el sueño, ni en el reposo, ni en el delirio. Ni con los ojos de mi cuerpo, ni con los del hombre exterior, ni en lugares apartados. Sino que las he recibido despierta, absorta con la mente pura, con los ojos y oídos del hombre interior, en espacios abiertos, según quiso la voluntad de Dios.

 

Delicadísimos los diálogos del arpa medieval y el salterio, más alto que la cítara, sonido idóneo para resaltar y ensalzar la intención del espíritu tantas veces adormecido.

La circunferencia de nuevo. Toda realidad está interconectada con otras, y mediante esas otras podemos alcanzar la primera. Todo ahí, junto a su contrario. Lo superior y lo inferior, lo general y lo particular, el cosmos y el hombre, el macrocosmos y el microcosmos. Y todo ese círculo repetido como una secuencia transformadora.

La música es capaz de una transformación personal y colectiva y eso ocurrió ayer. Todo puede ser estudiado bajo la mirada de la música, porque somos criaturas musicales de forma innata, desde lo más profundo de nuestra naturaleza (Stefan Koelsch)

Nuria Ruiz de Viñaspre

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