Somos criaturas musicales de forma innata
desde lo más profundo de nuestra naturaleza.

Stefan Koelsch

 

Madre, profesora y compositora ¿qué más da el orden de estas tres patas que sostienen a una mujer? Las mires del derecho o las mires del revés todas ellas conforman eso, una gran mujer. Grande de calidad y calidez humana, mapa este que nos lleva a la grandeza de su música. Teresa Catalán. Mujer de apariencia ártica, por el color de su cabello que se me aparece como un bello bloque de hielo o mármol, pero también ártica por su arte cálido y su calidez humana. Mujer extremadamente generosa. Mirarla es oír llegar una manada de luz que inunda el habitáculo que es el cuerpo desde el que uno la está mirando. Mujer artística y estética, estética y ética. Pero ética siempre, más allá de la estética y de la artística. Pero estética siempre, mas allá de la ética. Esta pamplonica que siempre lleva su tierra a la espalda, fue, por toda esa calidad humana y artística, reciente Premio Nacional de Música (2017). Mujer esponja que absorbe tanto como exhala y exhala todo cuanto absorbe. Mujer compositora y reinvindicadora del papel de la mujer en el mundo de la música, tan doblemente discriminado. Ella está -como mujer y como persona- por la igualdad. Y si existe un campo idóneo para abordar todo esto es desde la docencia. Recordemos la importancia que tiene la educación para cambiar los hábitos patriarcales. Momento exacto donde se forman personas.

Teresa Catalán, tan intrínseca como extrínseca, es un oxímoron, pues en ella confluyen los extremos, los opuestos, tan trasladables a su música. Ese y no otro es su lenguaje musical. Enfrentar en el pentagrama los opuestos. Ella es divertida y profunda, una soledad sonora, una oscura claridad. Es un Festina lente, ese apresúrate lentamente. Una calma tensa. La atonal cadencia. Qué consecuente su persona con el personaje, con la compositora, pues su música, contemporáneamente ósea es como escuchar un instante eterno. Contradictoria, insisto hasta lo bellamente absurdo, piensa que desde la creación se obtienen respuestas a esos grandes porqué a los que uno nunca parece llegar. Así, a través de ese bello vehículo de la música, a veces carro de heno, tantas otras limusina, llega al fondo de todos los porqué. Crear, difundir y enseñar son sus tres patas, sus porqués, sus tres principios éticos y estéticos.

Nacida en tierras matriarcales, también debió de ser difícil seguir siendo tenaz con ese amor que ya de adolescente le profesaba a la música. Lealtad que le ha durado hasta el día de hoy y más allá.

Hay que recordar que la compositora tuvo, tiene y mantiene (porque si algo tiene Teresa es memoria para agradecer) a grandes maestros como los navarros Fernando Remacha o Agustin González Azilu, que aseguraba: no hacemos música para hacer la digestión. He ahí lo incómodo. He ahí lo profundo. He ahí la llaga donde Catalán introduce el dedo. Porque su música nos invita a hurgar en la llaga. Como si ella fuera la respuesta incontestable tan ansiada y donde siempre va hacia lo profundo inivitándonos a hacer el viaje. También Luis Taberna entre sus maestros, que le descubirió a Bach, y un largo etcétera, pero mujer emninentemente independiente y autónoma que se sale de la norma o por lo menos la equilibra con pizcas de desnorma. Ella es lo políticamente incorrecto, y viniendo de una mujer, doble discriminación, por eso son tan importantes premios como el recibido en 2017.

Con un oído acostumbrado, en su música una siente ciertos ecos de Shostakovich, Berio, Bernaola o de su admirado Cage. Hay en Catalán una clara tendencia a la atonalidad, pero siempre partiendo desde lo tonal. De ahí que el cambio de una línea a otra sea a veces tan sutil y tantas otras inaudible, ya que esas veces su música precisa de oídos educados en esa línea de lo atonal. Pero lo que está claro es que si hay algo que es Teresa Catalán es Teresa Catalán.  Ella es inconfundible hasta confundirnos. Esa es la marca de la casa, el tratamiento armónico. La eterna dialéctica entre lo atonal y lo atonal. Navegar entre esas aguas, acercarlas, no deja de ser otro opuesto, otro oxímoron.

Decía Paul Valery que la persona que danza se encierra, de algún modo, en una duración que ella engendra, en una duración hecha de nada que pueda durar. Y es que, para Teresa Catalán la música ha de ser interactiva. Por eso piensa, y no sin razón, que la danza vincula directamente con la mirada del auditor, del oyente. Y es que la danza renueva la música. Así es de innovadora e interdisciplinar esta compostiora. Ella prueba a maridarlo todo con música, pintura, literatura, la propia música… música que es vida al final del horizonte. Mezcladora de disciplinas artísticas, ya tiene su regalo incluso en forma de retrato del gran Jorge Oteiza donde ya reza un “No entenderán tu tiempo ni mi espacio” del pintor.

Y es que ya lo dijo Pascal Quignard ¿Qué es la música? El baile. ¿Y qué es el baile? El deseo irrefrenable de saltar. Ese y no otro es el deseo irrefrenable de Catalán, danzar con la música. Saltar de una línea a otra de un blanco pentagrama.

Esta mujer creadora sigue pensando que la magia de todo creador es ese reto que hay en ir hacia lo desconocido.  Y ella conoce bien ese camino aunque no conozca su futuro.

Como ya dijo Teresa Catalán en una entrevista para la revista musical El compositor habla «La música viaja desde dentro hacia fuera y para conseguirlo hay que arriesgar, es decir, hay que enfrentarse a uno mismo”. Arriesgar, arriesgar, arriesgar, ir hacia lo desconocido. Si tuviera que encerrar en una frase a Teresa Catalán la encerraría (sin encerrarla jamás) en esta cita de Italo Calvino: abrir la puerta a todo lo que no sea infierno y darle espacio.

Retomo la idea de Catalán de que la música viaja desde dentro hacia fuera y me viene escribir sobre ello. La música germina materia tan sólida en el mundo exterior que todo mundo interior explosiona hacia afuera. Y en ese afuera todo es irresistiblemente apertura. Es una emoción tan emocionante que acaba emigrando a otro afuera al no serle flexible el habitáculo óseo-espacial de nuestro limitado yo más intrínseco. La música siempre es la gota que colma el vaso donde el oído es el vaso y la música gota que llena incansablemente ese vaso. Y así sigue llenándolo, incluso cuando esa gota -nunca última- se desborda en las aceras de otros vasos, los sanguíneos. A-negándonos. Pero re-afirmándonos. Solo entonces, cuando tenemos la soga el agua la gota el hueso y la música al cuello, ahí sentimos que el espacio estelar es irrefrenable y que el mundo no cabe en el mundo. Pues con música la soga, el agua, la gota, el hueso y la música no caben en el cuello. Las ideas no caben en el pensamiento. Los pájaros no caben en el cielo. Los ciervos no caben en los bosques. El ruido no cabe en el silencio. La risa no cabe en la boca. Adán no cabe en su paraíso perdido. La música no cabe en la caja. La oración no cabe en el salmo. El amante no cabe en su amado. Las notas no caben en el pentagrama. La lágrima no cabe por la puerta. El hijo no entra en placentas. El padre no cabe en la madre. Y los hijos de sus hijos no caben en sus infantiles cuartos. Nada cabe en nada. Y sentimos que no cabemos en el espacio. Sentimos el dolor pero no la ausencia de este. El escándalo de la soledad pero no su hallazgo. El naufragio pero nunca el pie a tierra. El mar de escollos pero no la calma. Sentimos el temblor de la música pero no su resistencia. Su existencia pero no el deseo de circundarla. Sentimos la oquedad pero no aquello que completa el hueco. Sentimos la nada pero no la ausencia de esta. Todo esto hace la música.

Las notas de sus partituras –para mí bellas alegorías de descargas eléctricas- avanzan por el pentagrama para volarse por el aire suelto. El oído se sacude esa felicidad electrizante y le nacen numerales ramificaciones que se sumarán a otra unidad de un tronco mater. Esta actividad actúa como un germen. Es semilla primigenia que crece desde un adentro a un afuera. De ese modo todo exige salirse, expandirse, abrirse. He ahí la música. De un yo intrínseco a un  extrínseco. Es la raíz que abre ese círculo de tierra y tiza donde se asienta el Gran árbol de la vida.

Con esta compositora y con la música en general los 42 músculos de todos los rostros se salvan. Se contraen. Se contradicen. Se afean incluso. Se desencajan. Se abren. Es la conducción ósea del sonido, resultado del hecho de que las orejas no tengan párpados ni paredes que tapien lo que les llega de fuera. El sonido que les entra será siempre irrefrenable.

He leído que para ella la derrota cultural sería abrumadora porque no se podría abordar ni la barbarie diaria ni la propia desventura, pero ella consigue conciliar estos dos extremos en una sola línea.

Esta amante fervorosa de la docencia, me repito porque ahí está la semilla, esta amante de la docencia, digo, como esa posibilidad que tiene Catalán, ese regalo de pasar el testigo vivo a los que vienen detrás, ayer hizo uso de una acción que ya es en ella filosofía pura. Acción-reacción. Curioso fenómeno el de ayer, donde a cada halago, a cada regalo que recibía en el homenaje al que asistimos, a cada bello comentario recibido, ella lo devolvía con creces y con la misma moneda pero multiplicada como si fueran panes como si fueran peces. Precioso cierre esa mención por mención, gran mentora de ida y de vuelta, donde un  público-alumno le agradecía de corazón su existencia y sus enseñanzas y ella se las devolvía mencionando en alto el nombre de la persona y su trayectoria musical. Eso es un bello pasar el señuelo. Y es que, como dice ella, somos eslabones de una sola cadena. Revelar lo que otros te revelaron. Ella es la personificación de la locución latina quid pro quo. Eso recibes eso das. Solo que en ella la taulología funciona sin ella quererlo al revés, eso das eso recibes. Un círculo precioso de entendimiento antiguo.

Termino con una frase de la propia compositora que no debemos perderle la pista porque perdersela sería tan abrumador como terrible para la sociedad actual. Una sociedad sin educación, muere; pero sin educación artística, dejará de soñar.

Y me quedo con la imagen que generó mi cerebro ante las palabras de Teresa cuando decía profundamente emocionada que sentía una fuerza arrolladora cuando al entrar en una clase miraba los rostros de sus alumnos aún de arcilla listos para moldear, y veía en ellos la pureza y la limpieza que hay en toda inquietud cultural. Tan llenos avidez de saber, que una no sabe quién alimenta a quién. Imagen muy esperanzadora en este mundo de hoy.

Enhorabuena a la Asociación de Mujeres por la Música con la incansable y luchadora Pilar Rius, al frente de una asociación que va en pro de la mujer y de la música y que es lo que necesita este mundo para hacer de él algo más justo y más bello. Enhorabuena a los productores o promotores del documental Ética y Estética, de una elegancia y exquisitez pocas veces vista y cómo no, a los desfiladeros que fueron las manos de Mario Prisuelos al piano y la tráquea mezzosopránica de Marta Knor, por los que descendimos ayer en busca de respuestas despeñadas.

El tríptico que se formó ayer con el documental seguido de un debate donde conocimos más la personalidad íntima de Teresa para entender mejor al personaje público donde se saltaba de lágrima a carcajada a cada rato, y el recital que cerraba el acto, fue un emotivo homenaje difícil de olvidar, sobre todo para ella, sobre todo para sus hijos, tan presentes en su vida y en la sala, sobre todo para todos nosotros, que tuvimos el honor de ponerle manos y rostro a una música.

Nuria Ruiz de Viñaspre

 

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