Anoche el trío de la bajista polaca Kinga Glyk ofreció en Ellas Crean un concierto de incontestable pegada popular

Hace exactamente cinco días recogíamos aquí, en este espacio, la espléndida acogida que, al frente de su quinteto, había tenido en este festival la pianista estadounidense Myra Melford, y la reválida de la aceptación del jazz en la programación de Ellas Crean no se ha hecho esperar. Anoche, sobre la misma escena, de Conde Duque, la bajista polaca Kinga Glyk triunfaba por todo lo alto con su trío.

La música de jazz de países diferentes a los Estados Unidos circula cada vez más a menudo con un flujo abundante y variado. Una muestra de este interés por las músicas populares de diferentes latitudes se puede ver cada año en el ciclo otoñal de JAZZMADRID, por el que pasaron en su última edición jazzistas etíopes, griegos, tunecinos y de la isla Guadalupe. La conexión de Kinga Glyk con el jazz tiene menos recorrido, aunque solo sea por la juventud de la artista, apenas 20 años de edad. Sin embargo, por haber formado durante mucho tiempo en la banda familiar de su padre, el baterista Irek Glyk, su carrera está perfectamente definida.

 

Maquinaria de precisión con alma

El trío convocado funciona como un ingenio suizo pero con alma. El bajo de Kinga es voluptuoso y firme, pero, antes que nada, también cerebral. Elabora jazz contemporáneo conectado con el interés por todas las expresiones populares iniciadas por superhéroes del instrumento como Stanley Clarke, Marcus Miller o Jaco Pastorius. De hecho, viéndola anoche, no era posible dejar de recordar en qué medida los discos de Pastorius, resultaron decisivos para que varias generaciones de aficionados se abrieran a la «revelación» jazzística en los años 70. Gracias a estos registros, en su mayor parte de Weather Report, se conocieron en más de una ocasión las excelencias de esta música mucho antes de que fuese posible escucharla en concierto.

 

Delirio tímbrico sin precedentes

A diferencia de Pastorius, Miller o Clarke, Kinga Glyk ha encontrado el modo de neutralizar la barrera que separa a la instrumentista de la compositora. Ambas facetas lucen así simultáneas, haciendo avanzadas hasta melodías pop tan tiernas como la de aquella canción de Eric Clapton, «Tears in heaven», con la que concluyó el concierto en el turno de bises. Debajo de la sonoridad espectacular de su bajo, Kinga dispone de ideas sutiles, formulaciones ingeniosas y veloces que van depositándose sobre la imaginación, desarticulan cualquier idea preconcebida y se alborotan en un delirio funk con raros precedentes.

Y en el trío con el que nos ha visitado, encontramos a su padre, Irek Glyk, que, además de ponerle las comas y los puntos a Kinga desde la batería, explica los impulsos rítmicos fundamentales de cada una de las piezas. Los años no transcurren en balde para nadie y él no es una excepción, pero su vitalidad parece la misma que, cuando, hace algo más de dos décadas, apoyaba en algún que otro concierto la sabiduría de Tomasz Stanko o la de Bronislaw Duzy. E idéntico juicio merece el teclista Rafal Stepien.

En el temario títulos como la conocida «Teen town», de Pastorius, «Song for dad» o «Freedom», se ganaron las ovaciones y simpatía del público. En ellos, Kinga mostró una clase de virtuosismo en el manejo de su instrumento, de los que consiguen que el aliento se contenga. Un jazz brillante y fácil de amar, de los que hacen disfrutar a todos. En conciertos así no parece necesario entrar en mayores detalles; es mejor celebrar el haber estado ahí y dejar en el aire un sentimiento de gratitud hacia músicos a los que, en adelante, habrá que seguir el rastro, por si sus alumbramientos siguen haciendo menos insustancial la vida cotidiana.

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