La incombustible cantautora irlandesa estrenó anoche en Ellas Crean canciones procedentes de sus álbumes «The Thomas Moore Project» y «Naked music».

 

El ciclo Ellas Crean dio muestras anoche de un extraordinario buen gusto, invitando a Eleanor McEvoy, una cantante dotada con una sugerente virtud: su sutil y seductora cercanía. Su último testimonio discográfico se llama «The Thomas Moore Project» y es uno de los trabajos más exquisitos del folk-rock anglosajón último, tal como pudimos apreciar durante su concierto en Conde Duque.

En él, la artista estrenó ante los asistentes un manojo de canciones para las que ha creado una estética musical muy personal, que busca ser horma para los textos arrasadoramente románticos del poeta irlandés del que recibe nombre el proyecto. Moore tiene una relevancia literaria solo comparable con la de Robert Burns en Escocia. La sonoridad que Eleanor ha concebido para las composiciones es contemporánea, pero se expresa avenida con giros, modos y formulaciones que recrean la música de aquel tiempo en que vivió el bardo.

 

Repertorio de procedencias múltiples

Atención también hubo para las canciones de «Naked music», álbum que Eleanor publicó en 2016, así como para versiones de «God only knows», de Beach Boys, y «Eve of destruction», de Barry McGuire. Y, en cualquier caso, bueno será saber que, si en sus discos apenas hay artificios sonoros que adornen la operación, en directo tampoco se dan. Eleanor no sale a escena con más equipaje que la guitarra, el violín, el piano y su voz. Todo en uno, todo en ella misma. Es una trovadora de la Irlanda moderna con una voz que crece sin asperezas cuando le arrebata la pasión, y se amansa cuando rastrea la ternura en el interior del mensaje.

 

Comunicación esencial

Y entona «The last rose of summer» y la intención del texto gana fuerza y brillo con la chispeante vestimenta instrumental. Eleanor pertenece a ese pequeño grupo de intérpretes, que buscan que la verdad se muestre de frente, a través de fórmulas desnudas, comunicación esencial, tensión sin alboroto, sin adornos ni disimulos. En realidad es una cantautora con los argumentos siempre nuevos; como aquellos dedicados al corazón de las mujeres, archivados en un disco homónimo, que fue la causa de su éxito galáctico hace ahora justamente 25 años.

Pop amable y espléndido, camuflado de folk-rock, que por supuesto también se escuchó anoche en la demoledora traca final del concierto. A Eleanor McEvoy una canción como «Only a woman’s heart» puede que le haya servido para alcanzar un mayor número de ventas para sus discos, pero la afición también agradece que su voz se ponga al servicio de jigas y reels tradicionales de Irlanda, o de títulos como aquel «Milord» que Marguerite Monnot y Georges Moustaki escribieran a mayor gloria de Edith Piaff. Una música artesanal, sencilla de amar, entrañable, íntima, para sibaritas del buen gusto. Siempre a sus pies, señora. Y gracias por dejarnos sentir, a través de sus canciones, una primavera que la caprichosa climatología nos niega una y otra vez.

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