Si partimos de la ecuación que sostiene que la poesía es ritmo, es música, ¿se podría poner música a la ya música? La respuesta nos la dio ayer la fuerza de la voz interior y exterior de Carmen Linares poniendo, verso a verso, música a la música de Miguel Hernández.

El concierto, que daba inicio a la parte musical en Ellas Crean, comenzó con ese iniciático Para la libertad, poema que no caduca nunca, y que ya nos metía de lleno en la emocionada garganta de Linares. Y es que esta garganta linarense es una boya de fondeo en el centro del oleaje que es nuestro cuerpo. Y fondear no es sino amarrar un objeto-cuerpo al fondo mediante cabo, cadena o ancla. Eso es lo que es la voz de Linares, ancla que nos lleva al fondo. Ella es la baliza flotante cuyo extremo, de seguirlo, nos llevaría a ese fondo donde toda mixtura es posible, a esa raíz que le nace al mar pero que flota eternamente por una ley arquimédica en todos los estómagos, como si su voz fuera una flor que asomara en el tumbado mar, voz de peregrino que transita por tierras nuevas y extrañas y que nos orienta en la oscuridad. Y al igual que aquellas boyas que vemos en alta mar, ella también tiene su propia boca de registro. Y es esta una boca que se come su voz de a poquitos y otras veces la arroja.

La garganta de Linares es esférica y está llena de burbujas, como esos glóbulos de algo que nacen en el interior de otro algo, todos líquidos. Burbujas que permanecen intactas al llegar a la superficie que es su garganta desparramada, bellísimo desfiladero por el que descendemos todos. El cuerpo de su voz, porque aquí todo tiene cuerpo -hasta lo que no se ve- te sube y te baja al ritmo de ese latido de más que te metió de golpe de tráquea a tráquea. Ha crecido una raíz en el árbol alto de su garganta. De ahí que cante con las mismas profundas raíces los versos de Hernández.

El flamenco tiene su propia nomenclatura y en Linares la velocidad se convierte en desvelocidad, la salida de voz es entrada y su propia conciencia corporal que la hace única con la espalda igual de activa que su garganta, son sus principales señas. Y es que Linares cantó con la voz, con el cuerpo, pero también le cantó la cara. Su lenguaje gestual le permitía la armonía de su voz, a veces con inflexión y otras con reflexión. Sentimos que el timbre de su voz nos llamaba a la puerta del corazón y fue inevitable no abrirla.

Osbervarla también es oírla. La cantaora contiene en cada verso su diafragma para dominar el flujo de aire que, libre y loco, nos enloquecía a todos con esa explosión de burbujas a veces contenidas. Ahí el ancla. Así nos clavaba a las butacas, nos metía su voz salida a borbotones de su tráquea y nos amarraba a esa tierra de Miguel Hernández, de nacimiento, pero también a esa tierra callada que enterraba a sus muertos, como su Sijé.

Carmen se implicó ayer en cuerpo, voz y alma. Y es que ella es la voz comprometida, una de las mejores voces de flamenco. Bellísimo y reseñable contacto, por potente, el tocamiento del flamenco con el jazz. Un lenguaje nuevo que parece que viene de antiguo de lo bien que marida.

Precioso el diálogo de miradas que mantenía la actriz recitando algunos de esos versos hernandinos antecediéndonos lo que la voz de Linares no tardaría en rompernos por dentro. De este modo, en la mirada sostenían el último verso sin consentir así que se cayera al suelo. Así, a través de los ojos sostenidos, la boca de la una pasaba el testigo del verso último a la boca de la otra a través de esa cuerda horizontal que es la mirada. Carmen recogía el testigo para poner música a la música en un sostenuto precioso. Y asi fueron aconteciendo poemas y músicas. De boca en boca.

 

Boca que arrastra mi boca: / boca que me has arrastrado: / boca que vienes de lejos / a iluminarme de rayos. / Alba que das a mis noches / un resplandor rojo y blanco. / Boca poblada de bocas: /pájaro lleno de pájaros.

 

En mis manos levanto una tormenta, dice un verso de M. H. (del poema Compañero). Y eso hizo ayer Carmen Linares en su concierto. Levantar una tormenta de belleza en el océano que era el escenario oscuro para balancearnos en la luz de medianoche.

Idéntico diálogo entre músicos, donde se respiraba la felicidad de sus manos cosidas a sus instrumentos a través de una total compenetración que se percibía en su acompañante instrumento, que para mí eran todas mujeres. Los solos de los músicos me hacían feliz. Me hacía feliz sus acústicos rostros bailando con sus bellos objetos resonantes. Cada cual con su pareja pero todos llenos de miradas confidenciales.

Así, las parejas las formaban Salvador Gutiérrez con su guitarra, Josemi Garzón al contrabajo, Karo Sampel a la batería, Pablo Suárez al piano y todo el público lloramos con ella por la gran riqueza instrumental y jazzística que subían la temperatura de su voz consiguiendo un lenguaje más universal y más versátil.

Nos metimos en la casa de Linares, en la antesala de su garganta, a veces agónica y partida si lo requería el poema, otras chorro y catarata. Nos subimos a la montaña rusa de su tráquea, vozarriba vozabajo, en una casa con ojos, como la casa con ojos, brazos y bocas de Hernández.

 

Todas las casas son ojos / que resplandecen y acechan. / Todas las casas son bocas que escupen, muerden y besan. / Todas las casas son brazos /que se empujan y se estrechan. / De todas las casas salen / soplos de sombra y de selva. / En todas hay un clamor /de sangre insatisfechas. / Y a un grito todas las casas  /se asaltan y se despueblan. /Y a un grito, todas se aplacan, / y se fecundan, y se esperan.

 

Todos llegamos a la vida con tres heridas, tal y como decía nuestro gran Miguel Hernández (llegó con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida…), pero Carmen se plantó en el escenario con esa fuerza de pájaro que le caracteriza (no puedo olvidar / que no tengo alas, / que no tengo mar,  / vereda ni nada / con que irte a besar) y comiéndose su propia voz en ese cromático y riquísimo poema, nos aplacó a versos las heridas.

Terminar el concierto con el Anda jaleo de nuestro maravilloso Lorca me volvió Loca.

En definitiva, la continua búsqueda de nuevas formas de expresión de Carmen Linares la ha llevado a ese otro cruce que muchos no toman y que es el camino del arte enriquecedor. La versatilidad al mezclar lo insólito, y no solo hablo del jazz sino incluso tintes de compositores muy contemporáneos. Revolucionaria, incorporadora y novedosa Carmen, enhorabuena por la elegancia de tu voz interior y exterior y saber mezclarla con todos sus matices y tonalidades.

Nuria Ruiz de Viñaspre

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